El velo fue rasgado
“Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo.” Marcos 15:37-38
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar
Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos
abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre
la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe,
purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua
pura.” Hebreos 10:19-22
El templo existente hasta el tiempo de Jesús, era físico y
constaba de dos partes principales, la primera: el lugar santo y la segunda, el
lugar Santísimo, esta última estaba separada de la primera por un velo y a ella
solo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año. La gran barrera que impedía
que cualquier ser humano se acercara a la segunda parte, es decir, a la misma
presencia de Dios, era su pecado, por ello estaba dispuesto que el sumo
sacerdote entrara con sangre para hacer expiación por sus pecados y también por
los del pueblo (Éxodo 26:33, Hebreos 9:7).
Ahora, en este tiempo y después de la muerte de nuestro Señor
Jesucristo, dice la Palabra de Dios, que por su sangre derramada, la cual fue
presentada ante Dios para la redención de nuestros pecados, cada persona que
profese su fe en Jesús tiene libre acceso al lugar Santísimo, lugar que ya no
es físico y terrenal, “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano,
figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por
nosotros ante Dios;” Hebreos 9:24.
En efecto, y como atestigua el evangelio de Marcos, cuando el
Señor Jesús expiró, el velo del templo terrenal fue rasgado en dos, de arriba
abajo, en señal de lo que había ocurrido en el cielo, y a lo que nos invita el
Espíritu Santo en el libro de Hebreos es a que entremos hasta el lugar
Santísimo por ese camino nuevo y vivo que Jesús nos abrió a través del velo, es
decir, a través de su propio cuerpo. Hermanos, gloria a Dios por nuestro Señor
Jesucristo, que por su perfecto sacrificio quitó de en medio el pecado que nos
separaba de Él (Hebreos 9:26). De modo que, no permitamos que nada en este
mundo nos quite la confianza y certidumbre que nos da la palabra de Dios para
acercarnos libremente ante el trono de la gracia de Dios, pues esta tiene
grande galardón (Hebreos 4:16,10:35-36).
Oración.
«Padre, gracias, gracias por tu Palabra que quita mi ceguera
espiritual y derriba todo argumento que se levanta en contra de tu
conocimiento; gracias porque conociéndola me haces libre de toda atadura y
mentira; te alabo y te bendigo por tu precioso Hijo Jesús, por quien me has
dado la libertad para acercarme ilimitada y confiadamente hasta tu presencia,
ahí ante el trono de la gracia, amén.
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