viernes, 18 de julio de 2014

1Pedro 1:22-25

1Pedro 1:22-25


Ahora que se han purificado obedeciendo a la verdad y tienen un amor sincero por sus hermanos, ámense de todo corazón los unos a los otros.  Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece.  Porque: “todo mortal es como hierba, y toda su gloria como flor de campo; se seca la hierba y se cae la flor, pero la palabra del Señor permanece para siempre.”  y ésta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes.



Personalmente, pienso que una de las formas más eficientes de medir tu entrega a Dios o incluso tu relación con Él, se basa en el amor que tienes a tu prójimo y a tus hermanos en la fe.  De alguna u otra manera, las personas nos van a fallar.  Algunos nos van a lastimar mientras que otros nos mentirán.  Otros más hablarán mal de nosotros y otros cuantos serán hipócritas.  ¿Qué nos pide el Señor al respecto?  ¿Que dejemos de convivir con aquellos que nos hicieron daño?  No.  ¿Que busquemos venganza?  Tampoco.  Nos dice que debemos amarnos los unos a los otros y en especial a los hermanos en la fe.  ¿Cómo podemos hacer esto?  Solamente lo puedes lograr si has nacido de nuevo.  Nacer de nuevo significa que “has tocado fondo” y reconoces la necesidad de Cristo en tu vida.  Escuchas su voz pues penetra en lo más profundo de ti y entiendes que has pecado y necesitas ser perdonado.  Doblas tus rodillas y entregas tu vida.  Le reconoces no solo como tu Salvador pero ahora se convierte en el Señor de tu vida.  El Espíritu Santo desciende sobre ti y, como dice la biblia, eres hecho hijo de Dios y nueva criatura.  No naces de carne.  Es un nacimiento espiritual.  Ahora eres hijo de Dios.  Sí.  Antes no lo eras.  No todos son hijos de Dios.  Aunque hayas escuchado que “todos” somos hijos de Dios y que “todos” van al cielo, esta premisa NO está fundamentada en la biblia.  La palabra nos dice que solamente aquellos que reciben a Cristo y creen en su nombre se les da el derecho de ser sus hijos y por consecuencia, al morir, van al cielo.
Regresemos al amor al prójimo.  Es muy probable que te hayan lastimado.  Es muy probable que tengas enojo, rencor o algún otro tipo de sentimiento.  Hoy es importante que entiendas que lo único que debe existir en tu corazón es amor hacia tu prójimo.  Leíste bien.  Ese amor no está condicionado a nada.  No deben tratarte bien para que ames.  Tampoco excluye a aquellos que quieres excluir y los tienes en tu lista de “enemigos”.  Tu prójimo.  Debes amarlo.  De aquí la importancia de haber nacido de nuevo para lograrlo.  Si Dios es el Rey y Señor de tu vida, resulta natural el perdonar.  Ya no piensas en ti sino en Él.  Ya no piensas en tu orgullo y lo que pueda afectarte el perdonar sino que piensas en cómo servirle y obedecerle.  Sus principios están por encima de ti.  ¡Esto es realmente seguir a Cristo!  Morir a uno mismo y dejar que Él crezca en nosotros.  No es fácil.  Necesitas madurez espiritual y fe.  Necesitas aceptar que Sus caminos son mejores que los tuyos y que, al seguirlos, dejamos que Él se encargue de cuidarnos y guiarnos en todo lo que hagamos.  ¿Qué detiene tu amor?  ¿Qué te detiene para obedecer?  Probablemente tu orgullo y tu mecanismo de defensa para no salir lastimado.  Esto tiene que quedar atrás.  Ahora Dios se encarga de cuidarte.  Ahora Él se encarga de llenarte de perdón, de su amor, de su paz y de su consuelo inagotable al que puedes acudir en todo momento.  Ama a tu prójimo.  En especial amémonos entre hermanos en la fe.  Cuidémonos y animémonos en la palabra con el amor que solo Dios nos puede dar.

Oración
Señor: perdóname.  Siempre quiero que me perdones mientras que yo no quiero perdonar.  Siempre pido que me ames y yo no quiero amar.  Perdón mi Señor.  Hoy entiendo que no puedo seguir actuando como antes.  Hoy entiendo que tu amor debe dominar mi vida y debo llevarlo a los demás.  Te pido pueda amar a mi prójimo sin importar lo que hagan o dejen de hacer.  Te pido seas el Rey de mi vida y me guíes en todo lo que haga.  Ayúdame a dejar atrás mi orgullo y poder tomar tu cruz.  Ayúdame a entender que tu camino y tus pensamientos son mejores que los míos.  Me entrego a Ti mi Dios.  En el nombre de Jesús.  Amén

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