jueves, 19 de mayo de 2022

Una habitación permanente

 


Una habitación permanente

“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Efesios 3:17-19

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y

Este es uno de los misterios más grandes de la vida espiritual: que Cristo haga su morada permanente en los corazones de los creyentes. Que tome posesión de nuestra vida y se entronice en ella, solo es posible por la fe en Él. Por la fe en Jesucristo somos salvos y recibimos al Espíritu Santo; por la fe debemos pedirle a Cristo que tome autoridad sobre nuestra vida y al Santo Espíritu que gobierne nuestro ser.

Cuando la sede de nuestras emociones, mente y voluntad es ocupada por Cristo, el amor de Dios es arraigado y fundamentado en nosotros para que crezcan raíces profundas y una buena base espiritual, de tal manera que nuestra vida sea ese templo santo para el Señor, como dice Efesios 2:20-21 “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.

Como las raíces de una planta y la base de un edificio están normalmente escondidas de la vista y dan firmeza a lo que soportan, el amor en los cristianos es el elemento esencial para la estabilidad de su vida y del establecimiento de la iglesia. De ese modo, no serán movidos porque no es un amor superficial, es un amor que proviene del corazón propio de Dios y está transmitido al creyente por fe en Jesús, quien es la expresión máxima de este amor divino.

Jesús hace hogar en nuestro corazón; “morar”, en griego, es la palabra “katoikein” y se usa para una residencia permanente, por lo cual, para nosotros es un gran gozo entender que donde habita su Espíritu allí habita Él y de manera continua. El fortalecimiento del ser interior viene cuando Cristo fija su residencia en nosotros; el secreto de esa fortaleza es la presencia de Cristo en lo más íntimo de nuestra vida.

Él no es tan solo un visitante, su residencia es posible ya que nos hizo morada suya y nos permitió participar de su naturaleza divina para fundirse orgánicamente a nosotros como cabeza. Sabemos la realidad de la obra terminada de Dios, que a través de su muerte y resurrección creó una habitación eterna, el templo de Dios, donde su plan fue completado; ha establecido un nuevo hombre y nos hemos convertido en el lugar de habitación eterno de Dios.

Cristo quiere venir a morar en la vida de una persona, pero no contra su voluntad, Él toca la puerta de nuestro corazón y llama, ¿estás dispuesto a dejarlo entrar?   Oración.

«Amado Señor, gracias porque a través de tu obra redentora, con tu muerte y resurrección, me has hecho una nueva criatura; has empezado, por medio de tu Espíritu, a obrar poderosamente en mi ser interior. Tu obra en la cruz fue completa, no solo me perdonaste, sino que me redimiste con una vida nueva. Me he convertido en el lugar de habitación eterno de tu Espíritu; por eso, transforma e influencia mi alma para ser ese templo santo para ti. En Cristo Jesús, amén.   Difundiendo el mensaje de Jesucristo.

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