sábado, 15 de octubre de 2016

Filipenses 1:6-8

Filipenses 1:6-8
Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús. Es justo que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón; pues, ya sea que me encuentre preso o defendiendo y confirmando el evangelio, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado. Dios es testigo de cuánto los quiero a todos con el entrañable amor de Cristo Jesús.
Cuando leemos en la Biblia que la iglesia es un solo cuerpo, lo podemos entender con estos versículos que escriben Pablo y Timoteo. Si estoy en gozo, en prisión o en cualquier otra circunstancia, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado pues somos un mismo cuerpo. Esto es lo que Pablo está diciendo. Todos somos hermanos en la fe. Todos estamos aquí para motivarnos y amarnos en el amor de Cristo Jesús. Ahora, hay un detalle sumamente importante: el amor que nos tenemos entre hermanos debe provenir del amor de Dios. No de nosotros pues este amor no es duradero y cuando vienen las pruebas y los conflictos, normalmente desaparece. Pero el amor que Dios nos da permanece sin importar lo que estemos atravesando. Es sumamente probable que como hombres fallemos. Yo te voy a fallar. Probablemente tu pastor te pueda fallar y tú le vas a fallar a alguien más. Por eso es de gran importancia que tu amor hacia los hermanos en la fe esté basado en Cristo y no en nuestro comportamiento. Pongamos la mirada en Jehová y así como Él nos perdona y ama sin restricción, amemos y perdonemos a nuestros hermanos. Aprendamos a ser un solo cuerpo. A gozarnos y a entristecernos junto con ellos. Pensemos menos en nosotros y más en nuestro prójimo.
Por otro lado, es sumamente importante entender quién da el crecimiento espiritual. Dios. Cada uno de nosotros tenemos distintas “velocidades”. Algunos crecen muy rápido y otros pareciera que van caminando. Ninguno crece a la misma velocidad que el otro. Como humanos, nos encanta poner patrones y pensar que todo debe ser igual. Tenemos una educación que nos motiva a pensar así. Pero con Dios las cosas son distintas. Podemos tener un joven de 18 años enseñarle a sus padres lo que es seguir al Señor. De igual forma, dos personas que reciben a Cristo el mismo día, tendrán un crecimiento distinto. Lo que sabemos es esto: que el Señor, quien comenzó la obra en nuestros corazones, es quien se encarga de irla perfeccionando. Va a depender de nuestra rebeldía, de nuestros deseos de obedecer, nuestras ganas de entregarnos y sobre todo nuestra voluntad para servir. No critiques. No juzgues. No somos nadie para hacerlo. Si un hermano lleva tiempo asistiendo a la iglesia y no ves frutos, mejor ora por él y entiende que el Señor quiere seguir perfeccionando su obra. Tristemente he escuchado personas que señalan y piensan que, por llevar tiempo acudiendo a la iglesia, la gente debería actuar de tal o cual manera. Esto no funciona así. Habemos unos más necios que otros. Habemos unos más orgullosos que otros. Habemos unos con más prejuicios que otros. En fin, hay tanto que tenemos en nuestro corazón que debe ser cambiado que solamente el Señor, quien comenzó la obra, puede terminarla hasta la perfección. Seamos un cuerpo y busquemos crecer juntos respetando la “velocidad” de cada uno. Amémonos. Gocémonos en Cristo. Dejemos que Él siga trabajando en nosotros y aprendamos a servirle en todo lo que hagamos.
Oración

Padre: te pido perdón por mis pecados. Te pido perdón porque no amo a mi prójimo o a mis hermanos en la fe con Tu amor. Quiero que tu amor abunde en mi vida y pueda llevarlo a los demás. Quiero que mi vida sea testimonio de cuánto nos amas y cuánto podemos ser transformados al obedecerte. Gracias por darle dirección y sentido a mis pasos. En Cristo Jesús. Amén

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