lunes, 30 de octubre de 2017

La paz que da Cristo no la da el Mundo


Desde muchas partes del mundo y desde distintos niveles sociales se oye el clamor por una verdadera revolución. Frente a esta corrupción generalizada, la paciencia de la gente se está agotando.

La revolución es un cambio total, completo, de una sociedad o un gobierno. Los que promueven las revoluciones dicen que ya no basta con reformas. Los viejos sistemas económicos, morales, éticos necesitan ser arrancados de raíz y reemplazados por otros de igualdad y justicia.

Coincido con muchos de estos puntos. La diferencia de opinión que tengo, quizás, sea en la forma de efectuar estos cambios.

El defecto general de las revoluciones es que no son suficientemente revolucionarias. Destruyen propiedades, derraman sangre, derriban gobiernos y predican nuevas ideologías, pero al final las cosas cambian relativamente poco. Son nada más que nuevas formas de distribuir la desigualdad, distintas aplicaciones de la injusticia y otras técnicas de corrupción. En el fondo existe el mismo odio y el mismo sufrimiento humano de siempre. La raíz del problema es la desorientación del hombre mismo, y el mundo no encontrará la paz y la armonía hasta que no solucione esto.

La única verdadera revolución lo suficientemente grande y profunda fue la que hizo Jesús al nacer hace 2000 años. Dios intervino en la historia y trajo un cambio total en la escala de valores. Jesús atacó el problema de fondo, cambiando al ser humano y por medio de él, la sociedad. Gente que antes vivía en corrupción moral ahora lleva una vida limpia y recta. Personas castigadas y derrotadas por la vida ahora pueden declarar que son más que vencedores frente a los problemas, simplemente porque dejaron que este Jesús les revolucionara la vida por completo.  Jesús, que nació en Belén hace 2000 años, quiere nacer en su corazón y darle lo que nadie puede darle: amor, armonía, paz, sentido para vivir, alegría, esperanza. ¡La decisión es suya!  

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