miércoles, 25 de febrero de 2015

Salmos 3:7-8

Salmos 3:7-8

Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste.  La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.



Es tan fácil querer vengarse.  Seamos honestos.  Cuando alguien nos lastima, es natural sentir deseos de hacer algo al respecto.  Ya sea a ti o a los tuyos.  Nunca resulta sencillo controlar el enojo o la ira.  Sin embargo no quiere decir que sea imposible actuar de otra manera.  No quiere decir que no tengamos opción y por lo tanto tenemos justificación para reaccionar mal.  El pasaje de hoy debes memorizarlo y guardarlo en tu corazón para tenerlo siempre listo.  La lucha le pertenece a Jehová.  No a ti.  No a mí.  A Dios.  La salvación es de Él.  Y también es Él quién destroza a nuestros enemigos que son sus enemigos.  Él es quien merece la gloria y, como dice el versículo 7, que sea quien se levante y sea exaltado.
En cualquier evento deportivo, el ganador siempre se le pone en el podio más arriba que cualquier otro competidor simbolizando que es más grande, o mejor, que los demás.  Cuando leo, levántate Jehová, pienso en cómo puedo poner a Dios en ese podio por encima de todo.  De mis sentimientos.  De mi vida.  De mi ego.  De mi orgullo.  De mi mismo.  Él tiene que estar siempre en el primer lugar del podio y no yo.  Él tiene que levantarse mientras yo permanezco sentado esperando en Él.  ¡Pero nos encanta pararnos!  ¡Nos encanta querer tomar acción!  Sin importar lo equivocados que podamos estar, pensamos que esperar y dejar que Dios se encargue no tiene sentido.  Dejemos esta forma de actuar en el pasado.  Dejemos de cometer tantos errores por estar quitando constantemente al Señor del podio.  Controla tus palabras.  Controla tus pensamientos.  Entrégalos a Jehová y deja que Él sea quien aplaste a tus enemigos.  Mientras tanto, busca darle toda la gloria a Él.  Busca servirle.  Busca agradarle.  Busca compartirle.

Oración

Padre: definitivamente tu palabra me lleva en dirección opuesta a mis deseos y voluntad.  Yo entiendo que tu camino es mejor que el mío y quiero seguirlo.  Te entrego mis rencores, enojos y deseos de venganza.  Confío en que Tú te encargarás de todo y mientras tanto yo buscaré servirte.  En el nombre de Jesús.  Amén

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