Perder el
brillo
“¡Cómo se ha
ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del
santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles”.
Lamentaciones 4:1
“Vosotros
sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos”. Mateo 5: 14-16
“¡Cómo se ha
ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo!”, estas palabras
las pronunció el profeta Jeremías al referirse al pueblo de Judá cuando cayó en
una crítica situación espiritual por haber desobedecido continuamente a Dios.
Esto tan
lamentable también nos puede suceder a los creyentes cuando nuestra vida se
oscurece y pierde el brillo de la presencia de Cristo por nuestra desobediencia
y cuando estamos en pecado. El pecado es como el lodo que no deja reflejar la
luz en un bombillo sucio. En el pasaje de Mateo el Señor nos pide que nuestra
luz alumbre a los que nos rodean, para que vean nuestras buenas obras y
glorifiquen a Dios. Esa luz personal debe irradiar primero nuestra casa, luego
la ciudad donde vivimos y por último al mundo.
El enemigo
con sus artimañas sutilmente va ganando terreno en nuestra vida, con
conversaciones, amistades, lugares, costumbres, cosas aparentemente
insignificantes, que opacan nuestro testimonio como hijos de Dios y perdemos el
brillo de Cristo que nos debe distinguir del resto del mundo. También el mundo
ofrece un falso resplandor con placeres, deseos, poder y vanagloria que nos
pueden desviar del camino de Dios, pero recordemos que no todo lo que brilla es
oro.
Satanás
siempre andará sagazmente detrás de nosotros para alejarnos de Dios y no
debemos permitirlo, porque el brillo de un creyente no proviene de sí mismo
sino de la luz de Cristo dentro de nosotros, por eso es importante que el
Espíritu Santo llene cada espacio de nuestro ser, siendo sensibles a su voz y
dirección por medio de la Palabra de Dios y manteniendo una comunión íntima y
sincera con nuestro Señor.
El pecado
puede manchar los dones más excelentes que el Espíritu Santo nos ha dado, el
Señor quiere que seamos como el oro que, aunque probado por el fuego de las
pruebas, nunca cambia su esencia y valor real. Mantengamos la lámpara
encendida, llenos del aceite del Espíritu, viviendo conforme a su verdad y en
santidad, brillando con la luz de Cristo.
Oración.
«Señor
Jesucristo, ayúdame a brillar para bendición de los que me rodean y para
glorificar tu Nombre. Me llamaste a ser luz para influenciar mi entorno con el
evangelio, no permitas que el pecado y la desobediencia me alejen de tu
presencia, ni tampoco que me deje seducir por el resplandor de este mundo o el
engaño del enemigo. Quiero ser esa vasija de barro donde alumbre continuamente
tu presencia, permaneciendo en obediencia y santidad. En Cristo Jesús. Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito
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