La
paternidad de Dios
“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con tod
o, Jehová me recogerá”. Salmo 27:10
“No os
dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá
más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En
aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo
en vosotros”. Juan 14:18-20.
Hay
faltantes en la vida de muchas personas ocasionados por la ausencia de sus
padres, que no estuvieron durante su crianza, o nunca ocuparon el roll que les
correspondía, por ser una familia disfuncional. Desafortunadamente hoy hay más
hijos separados de sus padres que en tiempos anteriores; son pocas las familias
que permanecen unidas, donde ambos padres siempre están presentes. Esto, sumado
a la falta de conocimiento de Dios y de los principios establecidos en su
palabra para la familia, ha generado hijos inseguros, carentes de afecto y con
un concepto errado de lo que es la familia, a tal punto que muchos de nuestros
jóvenes no quieren casarse, por temor a repetir la historia.
Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo son una familia unida e indivisible; y fuimos diseñados a
su imagen y semejanza para nacer y crecer en un entorno familiar sano y
amoroso. Es grato y alentador saber que Dios Padre estuvo presente en nuestra
concepción y en nuestro desarrollo como dice el Salmo 139:15-16 “No fue
encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo
más profundo de la tierra. Mi embrión vio tus ojos, y en tu libro estaban
escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de
ellas”. Siempre ha estado con cada uno de nosotros, por eso si hemos tenido
sentimientos de abandono y soledad es hora de que entendamos que, aunque padre
y madre nos dejen, Dios nos recogerá.
Su corazón
paternal nos ama tanto que entregó a su Hijo amado para que estuviéramos unidos
a Él eternamente. Dice Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
más tenga vida eterna”. Cuando recibimos a Jesús no solo se cierra el abismo
que causamos con nuestro pecado y que nos alejó de nuestro Padre celestial,
sino que entramos a ser parte de su familia, adoptados por el puro afecto de su
voluntad (Efesios 5:1), nos acepta en Cristo, tal como somos (Efesios 1:6) y
nos hace herederos de todas las promesas dadas en su Palabra (Romanos 8:17).
Cuando Jesús
murió, resucitó y ascendió al cielo al lado del Padre, no nos abandonó, envió
la presencia del Espíritu Santo para que esté siempre con nosotros. Él no
quiere huérfanos, sino gente que viva en plena comunión con el Padre, Hijo y
Espíritu Santo en una armoniosa unidad. Un Padre que nos ama, cuida, nos provee
y nos corrige porque desea lo mejor para cada uno de sus hijos.
No hay más
excusas para la auto conmiseración, tenemos el mejor Padre, que siempre ha
estado presente, sólo concédele el primer lugar y usará el derecho de cuidar tu
vida con amor y sabiduría. Oración.
«Padre
celestial, gracias porque siempre has estado presente en mi vida, fijaste tus
ojos en mí desde que fui concebido y el anhelo más grande de tu corazón es que
no me aleje de ti, eres bueno y amoroso y estás dispuesto a bendecirme, me
aceptas tal como soy y me has provisto de la presencia consoladora y amorosa de
tu Santo Espíritu para que nunca me sienta sólo y desamparado. En el nombre de
Jesús. Amén. Difundiendo el mensaje de
Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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