El toque de la fe
“Entonces
vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a
los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenía una hija
única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud
le oprimía”. Lucas 8:41:42
“Pero una
mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado
en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le
acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo
de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando
todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y
oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?” Lucas 8:43-45
¿Quién es el
que me ha tocado? Parecía una pregunta absurda en medio de tanta gente que
rodeaba y oprimía a Jesús cuando lo estaban siguiendo por el camino; pero solo
dos personas se acercaron a Él de una manera consciente, buscándolo
humildemente, con desesperación, estirando sus brazos para alcanzarlo y
postrándose a sus pies, fue el toque de la fe, por eso, el poder sanador del
Señor fluyó instantáneamente.
San Agustín
decía “las multitudes todavía de la misma manera llegan cerca de Cristo por los
medios de la gracia, pero sin ningún propósito, siendo llevadas por el gentío”.
Esto sucede a menudo, muchos se acercan a Jesús por curiosidad, por ver lo que
puede hacer, pero no hay un deseo genuino de conocerle ni una fe viva hacia Él,
son solo observadores.
Tocamos a
Jesús y hacemos fluir su poder cuando nos acercamos con fe, a pesar de las
circunstancias que parecen imposibles; cuando vencemos los obstáculos y
llegamos a Él con una oración persistente, con un corazón contrito y humillado;
cuando creemos en su palabra, independientemente de las situaciones que
vivimos; cuando dejamos de escuchar las voces que se nos interponen en nuestro
camino de fe para desanimarnos y que nos pueden estar diciendo “no molestes a
Jesús, ya no se puede, ya no hay caso”; como le sucedió ese día a Jairo,
principal de la sinagoga, que se acercó a Jesús rogándole que fuera a su casa
para que sanara a su hija de 12 años, quien estaba muriendo, y dice Lucas 8:49
“Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a
decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro”.
Solo Jesús
puede cambiar una causa perdida, solo Él tiene el poder para decir “levántate”
y hacer que su Espíritu vivifique nuestro espíritu. Él reconoce la fe y derrama
su gracia sobre los que le buscan de corazón. Dice Salmos 34:18 “Cercano está
Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu”.
Solo hay
respuestas como estas, para una fe que puede liberar el poder sanador de Dios.
A la mujer le dijo “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”, Lucas 8:48. Y a
Jairo le respondió: “No temas; cree solamente, y será salva”, Lucas 8:50. Qué
diferencia con la multitud que lo seguía sin fe, quienes solo eran
espectadores, pero no se acercaron realmente a Jesús.
Esta
pregunta es para nosotros hoy: ¿Nos estamos relacionando de una manera
superficial con nuestro Dios o nos estamos acercando en fe, sabiendo que
podemos conocerlo, tocarlo con nuestra fe y hacer que fluya su poder liberador? Oración.
«Mi amado
Señor Jesús, gracias por permitirme acercarme confiadamente a tu presencia.
Cuánto anhelo postrarme humildemente a tus pies y poder tocarte con mi fe; haz
que fluya tu poder liberador para encontrar la respuesta a mi necesidad y para
que cambies completamente mi vida. Vivifícame con tu Espíritu y dame esperanza
aun en esa causa perdida. Tú eres el Dios de milagros, señales y prodigios. En
el nombre de Jesús, amén. Difundiendo
el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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