Que en mi
interior corran ríos de agua viva
“Vino una
mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus
discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le
dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?
Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo:
Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué
sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres
tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él,
sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de
esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no
tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua
que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no
tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla” Juan 4:7-15.
El agua es
fascinante en distintas formas, desde la vibrante y emocionante fuerza de una
catarata, hasta la bella serenidad de una plácida laguna, pero si observamos
detenidamente podemos también encontrar aguas estáticas, que no fluyen ni se
retroalimentan, cuando sucede eso, esas aguas tienen mal olor, son aguas
estancadas. Para conservar su frescura, el agua debe estar en constante
movimiento.
Jesús en
este pasaje habla del agua viva, que al beberla sacia la sed espiritual, es el
agua que le ofrece a esta mujer sedienta, por eso dice “más el que bebiere del
agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será
en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
El Señor
evidentemente está hablando de la fuerza y la frescura del Espíritu Santo en
los creyentes; ese manantial de bendición que se genera por el creer en Él,
como dice Juan 7:38-39 “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de
recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo,
porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Pero, a veces
los cristianos nos volvemos lagos estancados, parecemos puros y hermosos, pero
si examinamos lo más profundo de nuestro ser encontramos que estamos hediendo,
porque hemos permitido que el pecado embarre nuestra vida y esto ha impedido el
fluir de su Presencia; hemos apagado al Espíritu Santo (1 Tesalonicenses 5:19).
También
podemos estar estancados cuando nos quedamos quietos en vez de seguir avanzando
hacia Cristo, dando fruto, compartiendo de su palabra y de todo lo que Él ha
hecho en nosotros. Filipenses 3:14 dice “prosigo a la meta, al premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”; la frescura debe mantenerse con
la búsqueda constante de las Escrituras, una vida ferviente en oración y
llevando el mensaje del evangelio, dando de lo que Él ya nos dio.
El Señor nos
hace un llamado a limpiarnos interiormente y lavarnos con la sangre de Cristo,
para que nuestra vida sea un canal por donde fluya el agua viva de su
Presencia. Dice hebreos 10:22 “acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los
cuerpos con agua pura”. Pidamos al Espíritu Santo su llenura para que nuestro
interior sea un torrente de agua viva. Oración.
«Señor,
vengo a decirte como el salmista “mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
en tierra seca y árida donde no hay aguas”; ayúdame a saciar mi sed con tu
presencia santa, lávame de mis pecados, lléname de ti e impúlsame a seguir
adelante para ver tu poder y tu gloria. Quiero transmitir la frescura de tu
Santo Espíritu a otros. En Cristo Jesús, amén.
Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito
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