Siervo bueno y fiel
“Porque el
reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y
les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a
cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido
cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo,
el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido
uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor”, Mateo 25:14-18
¿Con cuál de
estos tres siervos te identificas? ¿Con los que actuaron diligentemente y
administraron de forma correcta lo que se les había entregado? O tal vez con el
que escondió su talento por temor y no lo administró.
Quizá al
leer este pasaje te identifiques con los dos primeros hombres de esta historia
y digas ‘yo soy como ellos, lo que Dios me ha entregado lo he sabido
administrar bien gracias a la ayuda y guía del Espíritu Santo’; pero,
probablemente, este no sea tu caso, pues quizá digas “yo soy como el último de
los siervos, no los he administrado porque no sé cuáles son los talentos que Él
me ha dado; y si los conozco, no sé cómo usarlos, no me han enseñado y no estoy
capacitado”; y pensaremos que con esta respuesta tendríamos una justificación
válida ante Dios y que recibiremos de su parte un “Claro ¡no te preocupes! yo
te entiendo”, pero la verdad es que esa respuesta nunca la escucharemos, pues
al igual que el señor de este siervo, no se nos expresarán palabras de
felicitación, sino que se nos llamará la atención, pues habiendo alternativas
para poner en movimiento lo que se nos ha confiado, hemos decidido ignorar su
llamado (por maldad y negligencia) y esconder aquellos talentos que nuestro
Señor nos ha encomendado.
Y es que con
este actuar estamos manifestando que hemos intentado gestionar esos talentos
espirituales bajo nuestra carne; emociones, pensamientos y voluntad; cuando
únicamente se pueden administrar, de manera espiritual, es decir, con la ayuda,
guía y dirección del Espíritu Santo, quien ya sabemos mora en nosotros, pues Él
es quien nos capacita para que vayamos y llevemos fruto, fruto que permanece
(Juan 15:16b, Gálatas 5:22-23)
Ahora,
pensaremos, como el Espíritu Santo es quien hace la obra, entonces ¿yo no debo
hacer nada más? Claro que hay algo que nos corresponde hacer: Buscar
intencionalmente a Dios en oración; escudriñar las Escrituras; congregarnos,
pues necesitamos compartir tiempo con nuestros hermanos en la fe, ser enseñados
por nuestros pastores, líderes; hacer los niveles bíblicos para conocer si lo
que me están enseñando va conforme la sana doctrina; testificarle a mi familia,
a mis amigos, al mundo de la obra de Cristo; obedecer, practicar lo aprendido.
Por lo
tanto, no podemos seguir estancados en el “no tengo las capacidades, el talento
que se necesita”, pues ya vimos que esa no es una razón justificable, pues
recordemos que a ¡todos! Dios nos ha dado talentos; ya sea uno, dos, cinco o
más; están bajo nuestra responsabilidad y debemos administrarlos con la ayuda
de su Espíritu Santo.
Reflexionemos,
¿cuáles son los talentos que me ha dado Dios y qué estoy haciendo con ellos?
Con el talento de hablar, de leer, de escribir, por lo menos alguno de ellos
debo tener, pero ¿los estoy poniendo al servicio del Señor? o ¿me los estoy reservando?
En este día
digámosle al Señor: Señor aquí tienes lo que te corresponde, he trabajado
gracias a tu Espíritu Santo con los talentos que me has dado y te entrego otros
más. Entonces saldrá de la boca de nuestro Señor: “Bien, buen siervo y fiel;
sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Mateo 25:21b Oración.
«Padre, hoy
me rindo delante de ti y te pido me ayudes a poner a tu servicio esos talentos
que me has entregado; quizá he puesto muchas excusas para no servirte, pero no
quiero esquivar más mi responsabilidad. Hoy me dispongo delante de ti y te pido
me uses como tu instrumento. Gracias por hacerme entender que no es en mis
fuerzas que se administran los talentos que me has dado, sino con la guía y el
poder de tu Espíritu Santo que vive en mí. En el nombre de Jesús, amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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