¡Consolados!
“Pero María
estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para
mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que
estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de
Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque
se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto,
se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le
dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el
hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo
lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que
quiere decir, Maestro)” Juan 20:11-16
¿Cuántas
veces hemos estado sumergidos en llanto ante una situación difícil? Al igual
que María ante arduas situaciones nos sumergimos en la tristeza y tomamos malas
actitudes en las que nos apartamos y no queremos que nadie nos hable, pues si
alguien lo hace, no estamos interesados en escucharle ya que no queremos dar
explicaciones de nuestros sentimientos, no deseamos palabras de consuelo, ni de
aliento, pues consideramos que esto no hará que cese el dolor.
Entonces
concluiremos que al único que necesitamos es a Jesús porque solo con Él nos
podemos desahogar, pero ¿qué pasa cuando estamos frente a Él? Sucede que
nuestro dolor, llanto y emoción nos tienen tan sumergidos que impiden que
podamos escuchar y reconocer Su voz, aquella voz que siempre está presta a
preguntarnos ¿por qué lloras?
Seamos
sinceros ¿cuántas veces hemos ido delante de su presencia y creído erróneamente
que Él no está ahí? Pues terminamos expresando, como María: ¡dime dónde está mi
Señor para que yo vaya! Cuando su palabra nos manifiesta que Él siempre ha
estado, que nunca nos ha dejado, ni abandonado, que cuando le hemos buscado Él
no es de los que se esconde, ni de los que nos rechazan; sino que ha sido el
que ha oído nuestro clamor cuando le invocamos, cuando vamos y le buscamos en
oración, y lo hallamos; porque como dice su palabra, le buscamos de todo
corazón (Jeremías 29:12-13).
Hermanos, si
hoy estamos pasando momentos difíciles, el Señor quiere recordarnos que, así
como estuvo con Moisés, estará con nosotros, pues nunca nos dejará ni
desamparará (Josué 1:5b); que aunque en el mundo tengamos aflicciones debemos
confiar, tener paz en Él, porque Jesús ya ha vencido al mundo (Juan 16:33); que
Él no nos ha dejado solos, ni huérfanos, pues nos ha dado al Consolador, el
Espíritu Santo de Dios quien es el que nos consuela en todas nuestras
tribulaciones y nos recuerda todas las cosas que ya Jesús nos ha enseñado (Juan
14:16-18, 26). Oración.
«Padre,
¡gracias por consolarme en momentos de angustia! Por traer ánimo a mi vida por
medio de tu palabra ¿qué sería de mí en esos momentos de dolor si tu voz no la
escuchara? Hoy te doy gracias porque ella es mi consuelo en mi aflicción y
quien me ha vivificado. En el nombre de Jesús, amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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