Caminando por convicción
“Entonces le
respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las
aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas
para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a
hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo
la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando
ellos subieron en la barca, se calmó el viento.”, Mateo 14:28-32
¿Cuántos de
nosotros hemos experimentado lo que Pedro? Hemos dicho al Señor: “Señor, si
eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” pero cuando es probada nuestra
fe ¿cuál ha sido el resultado? Como Pedro, damos por convicción unos pequeños
pasos los cuales nos hacen andar por un momento sobre las aguas; pero al final,
cuando dejamos interferir nuestra parte emocional, terminamos hundiéndonos en
el mar y pidiéndole a gritos al Señor que nos salve.
Lo peligroso
de dejarnos dominar por la emocionalidad, es que al hacerlo, estaremos dando paso
a la duda que es la que genera que nuestro ánimo mantenga vacilando entre dos
opiniones, “puedo hacerlo” o “no puedo hacerlo”, como las ondas del mar,
quienes son arrojadas de un lado a otro dependiendo de hacia dónde el viento
quiera soplar. Nos convertimos sin darnos cuenta en hombres y mujeres de doble
ánimo, lo que hace que terminemos siendo inconstantes en todos nuestros caminos
(Santiago 1:6b, 8). Pero el problema de la duda es que no va sola, pues lleva
consigo a su amiga la incredulidad, que es claramente la que no nos permitirá
experimentar lo que Dios quiere para nuestras vidas.
Pedro, en
este pasaje, se ha dejado llevar por la duda e incredulidad y Jesús se lo
manifiesta: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” pero ¿por qué viene la
duda? Porque en esos momentos no permitimos que en nuestra mente se arraiguen
pensamientos de fe, pues si Jesús me llama es porque en Él lo puedo hacer; sino
nuestros propios pensamientos que dicen: no es lógico que esté caminando sobre
las aguas, yo no tengo esa capacidad; hay vientos, mares, me voy a hundir y
ahogar. ¿Vemos el error? Pensamos que si Dios nos llamó a hacer algo es solo
porque tenemos la capacidad de hacerlo, pero no es así.
Citemos otro
ejemplo, cuando llamó Dios a Abraham y le hizo la promesa de que su
descendencia sería tan numerosa que no se podría contar, acaso Abraham le creyó
porque ¿él y su esposa Sara estaban en la capacidad de hacerlo? ¡No!, pues
Abraham sabía que su cuerpo estaba ya como muerto al tener casi cien años, y
aún su esposa era estéril; pues su fe no se debilitó ni al considerar esto.
“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció
en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso
para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:20-21). La diferencia entre
la historia de Abraham y Pedro, es que Abraham se aferró a Dios, al
conocimiento que tenía del Gran Yo Soy, pero Pedro falló y se hundió en las
aguas porque no se mantuvo caminando por convicción.
Así que
hermanos, basta ya de andar bajo la emoción, es tiempo de empezar a caminar
permanentemente por convicción. Oración.
«Padre, tú
me conoces por completo y sabes que, aunque quiero caminar por convicción, en
algunos momentos de mi vida fallo y termino siendo movido bajo lo que dice mi
emoción, y esto sucede porque trato de caminar en mis fuerzas y no con la ayuda
de tu Espíritu Santo que has puesto en mí. Ayúdame a permanecer firme en ti y
no permitas que mi fe se debilite en momentos de angustia. Llévame como a
Abraham a que mi fe se fortalezca. En el nombre de Jesús, amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último
de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito
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