El hijo pródigo. Parte 1
“También
dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre,
dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No
muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una
provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y
cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y
comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella
tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba
llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen
abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Lucas 15:11-17
Hemos pedido
bienes y nuestro Dios proveedor nos los ha concedido, pero los hemos derrochado
viviendo perdidamente, es decir, hemos seguido los afanes del mundo, que nos
impulsan a los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de
la vida (1 Juan 2:16). Priorizamos el placer por encima del ser, colocamos en
primer lugar nuestra comodidad, por encima de nuestra identidad. Parece que es
más importante el sentirnos bien y hacer todo lo posible para no perder nuestra
aparente estabilidad, que el vivir como hijo del Padre celestial, el cual tiene
una misión específica aquí en la tierra: No vivir para sí mismos, sino para
aquel que murió y resucitó por nosotros. (2 Corintios 5:15).
Entonces,
¿hemos malgastado las riquezas que nuestro Padre amoroso nos confió por medio
de la fe en Cristo? Aunque las riquezas de su gloria y sus dones espirituales
son innumerables, si ha sido el caso que hemos estado viviendo perdidamente, no
haciendo lo que nos corresponde, recordemos el gran amor del Padre que dice:
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;
por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). Así
como el hijo pródigo, cuando comenzó a faltarle, recordó el gran amor de su
Padre, manifestado en cómo trataba a sus empleados, el Espíritu Santo nos
recuerda la verdad y nos llama como dice la escritura: “¿O pensáis que la
Escritura dice en vano: ¿El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos
anhela celosamente?” (Santiago 4:5), ese anhelo, ese celo del Espíritu es para
que recapacitemos, como ocurrió con el personaje de esta parábola, y regresemos
a hacer las primeras obras, cambiando nuestra manera de pensar, ya no pensando cómo
el mundo lo hace, porque el mundo pasa y sus deseos pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:17).
En el
versículo 17 de la cita de hoy, cuando se usa la palabra “abundancia”, en griego,
que es el idioma en el cual está escrita originalmente, se usa “perisseúo”, que
significa una exagerada abundancia, esto quiere decir que fue la exagerada
bondad de su Padre la que lo llevó al arrepentimiento, pues si el padre puede
tratar bien a sus jornaleros, aunque él no considera que es hijo por su mal
comportamiento, sabe que al menos siendo un jornalero recibirá de esa
abundancia del Padre. ¿Cuánto más nosotros, como hijos, recibimos la abundancia
de su favor inmerecido? (Romanos 5:17), así que, hermanos, busquemos el
arrepentimiento por el malgasto que hemos estado haciendo, apartándonos de los
malos deseos del mundo y buscando agradar a Dios antes que a los hombres. Oración.
«Tú eres mi
Padre porque he creído en tu Hijo Jesús, y como hijo tuyo quiero honrarte,
permitiendo que el Espíritu de gracia, que has puesto en mí, me guíe, aliente
mis pasos y me lleve a hacer tu voluntad, ya no quiero malgastar mi tiempo y mi
vida en cosas vanas, sino en glorificar tu nombre. En el nombre de Jesús. Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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