No juzguemos para no ser juzgados
Entonces una
mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en
casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de
él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba
con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio
esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta,
conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Lucas
7:37-39
Esta escena
que se describe en el evangelio de Lucas, podemos decir que no es ajena a
nuestras vidas, pues nosotros, muchas veces, aun siendo cristianos, juzgamos a
la ligera a las personas que vienen en busca del Señor, nos centramos en sus
pecados, los calificamos según sus hechos y nos comparamos con ellos
creyéndonos mejores y perfectos. Esas personas están pasando por las mismas luchas
interiores que una vez pasamos nosotros cuando estábamos sin Cristo; quizá
llorando, porque se sienten vacíos, juzgados y aun discriminados por todos. Nos
hemos olvidado que el Señor nos sacó del lodo cenagoso, que todos los pecados
son iguales ante Él y que debe inundarnos el amor incondicional como fruto del
Espíritu Santo en nuestros corazones.
¿Cómo vamos
a atraer a otros a los pies de Cristo, si lo que nos mueve son las barreras
sociales y los prejuicios? El Señor Jesús nunca hizo acepción de personas, para
Él, el pecado es el mismo ya sea adúltero, borracho, mentiroso, fornicario,
chismoso, orgulloso, homosexual, trans, glotón, drogadicto, avaro, entre otros.
Él solo ve los corazones rotos, las mentes confundidas, ve las ataduras que el
pecado ha formado en sus almas y que necesitan ser rotas con su amor y su
perdón. Por eso, no debemos ser excluyentes como ese fariseo, que juzgó a la
mujer pecadora y la miró con desprecio. Hoy más que nunca el evangelio debe ser
llevado con amor y por creyentes llenos y controlados por el Espíritu Santo,
porque Él es quien verdaderamente conoce el corazón de las personas y sabe
cuáles son las batallas por las que están pasando.
Juzgar es
muy fácil cuando el pecado no tiene cara, ni nombre, en otras palabras, cuando no
conocemos a las personas. Mateo 7:1 dice: “No juzguéis, para que no seáis
juzgados”. Por tanto, no nos corresponde a nosotros señalar a nadie, sino,
tratar a todos los seres humanos con amor y respeto. Dios siempre nos ha amado
y quiere acercarnos a Él. Su problema no es con las personas, sino con su
pecado, el cual Jesús ya llevó en la cruz del calvario. Recordemos que Él se
dio así mismo, muriendo por todos sin excepción y cargó el pecado de la
humanidad sobre su cuerpo en la cruz y lo hizo por amor. Gálatas 1:4 dice: “El
cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo
malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre”.
Hoy
mirémonos y revisemos si hemos caído en esta actitud de juicio y condenación,
para rogar al Señor Jesús que nos llene de su amor, misericordia y compasión,
pues como dice Juan 3:17 “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar
al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Oración.
«Amado Señor
Jesús, examina mi corazón y mira si en él hay perversidad y guíame por el
camino eterno, que ninguna actitud de condenación y juicio se apodere de mí,
lléname de tu amor incondicional para mirar a todos por igual, para amarlos
como son y acercarlos a ti. Atráelos con cuerdas de amor a través de mi vida.
En Cristo Jesús, Amén. Difundiendo el
mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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