Jesucristo
nuestra satisfacción
“Y la gente
extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel
también volvieron a llorar y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos
acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los
melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca;
pues nada sino este maná ven nuestros ojos”. Números 11:4-6
Yo soy el
pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del
mundo. Juan 6:51
El ser humano,
por naturaleza, siempre está insatisfecho y cada día desea más. Cuando nuestra
atención no está en las cosas que tenemos sino en las que no tenemos, sentimos
insatisfacción. Esto le sucedió al pueblo de Israel cuando se mezcló con
extranjeros y perdieron el enfoque en el Dios poderoso que los había sacado de
Egipto y que los estaba sosteniendo sobrenaturalmente, en su travesía hacia la
tierra prometida. Parecían haber olvidado lo que ya había hecho y lo que seguía
haciendo por ellos, al transformarlos en una nación y al darles una nueva
tierra.
Volvieron a
mirar hacia atrás, a desear los manjares egipcios, se olvidaron que el peso de
la esclavitud egipcia era el precio que pagaron por comer esa comida, fruto de
un duro trabajo. Las verduras y el pescado se volvieron más importantes que
volver a ser esclavos.
Es increíble
que cada mañana los israelitas presenciaban el milagro de la provisión de Dios,
un alimento blanco que caía del cielo, pero aun así estaban insatisfechos,
dejaban de confiar en el cuidado divino y preferían volver a la esclavitud en
vez de mirar hacia delante, a la tierra prometida. Demostrando una y otra vez
rebeldía y falta de fe en el plan que Dios tenía para ellos y que los hizo
vagar tanto tiempo por el desierto. No apreciaban que, aunque todavía no
estaban en ese lugar, eran libres y la Presencia de Dios estaba con ellos día y
noche.
Qué tristeza
sentir nostalgia por lo que éramos antes de conocer a Cristo y no disponernos
para dejarnos tratar por Dios, para disfrutar de la vida abundante que Él nos
ofrece, así como el pueblo de Israel que tuvo que pasar por un desierto para
alcanzar la tierra prometida; pasar por este proceso, puede traer a nuestra
vida momentos de soledad, escasez, angustia, frustración, insatisfacción, pero
ese tiempo que permanezcamos allí depende sólo de nosotros. En la medida que
seamos agradecidos con Dios, valorando todas las bendiciones que nos da, de la
manera en que acrecentamos nuestra fe y entendamos sus propósitos, Él nos
impulsará y hará avanzar hacia esa eternidad prometida.
Hoy podemos
preguntarnos: ¿estamos agradecidos con Dios por todo lo que nos ha dado y hecho
por nosotros, o si nuestros pensamientos están en cosas terrenales que
anhelamos? ¿Sentimos que con Dios no tenemos todo lo que queremos y estamos
insatisfechos? Cuando perdemos el enfoque, nos centramos en las circunstancias
y estamos tan absortos en lo mundano, que no vemos obrar a Dios en nuestra
realidad presente y empezamos a quejarnos perdiendo así de vista la eternidad. Oración.
«Amado Dios,
hoy quiero darte gracias y valorar todo lo que has hecho por mí, y lo que me
has dado; no mirar hacia atrás, porque no es mi pasado de esclavitud el que me
llevará al cielo, a una eternidad contigo, sino la extraordinaria provisión
tuya, Jesucristo, que es mi maná, el pan de vida que descendió del cielo para
satisfacer totalmente mi necesidad espiritual y darme la vida eterna. Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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