Enamórate de Dios, no del mundo
“No améis al
mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre”, 1 Juan 2: 15 – 17
En el
devocional previo veíamos que el Rey Salomón, uno de los reyes más sabios y
gloriosos de todos los tiempos, después de haber conocido al Dios verdadero
termina alejándose dolorosamente de Él, abandonando la fe y adorando dioses
ajenos. Al final de sus días concluyó que el todo del hombre consistía en estas
dos cosas: en temer a Dios y guardar sus mandamientos. El apóstol Juan nos lo
refuerza en el versículo clave del día de hoy y nos deja claro que lo que
debemos procurar con todas nuestras fuerzas es amar a Dios y hacer su voluntad.
Las cosas materiales tarde o temprano terminan perdiéndose, el dinero se devalúa
o se lo roban los ladrones, la belleza termina con la vejez, la ciencia cambia
y se renueva y si nuestro corazón sigue estas cosas terminará perdiéndose con
ellas. Jesús lo dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el
orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni
hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”
(Mateo 6 19: 21).
Somos muy
débiles sin la gracia de Dios y necesitamos estar en constante dependencia de
esa gracia. Salomón se concentró en su don (adquirir más y más sabiduría) y en
los placeres de la vida y descuidó su relación con Dios, quien le había dado
todas las cosas que llegó a tener; usó su libertad como ocasión para la carne y
en lugar de servir a Dios se sirvió a sí mismo. Si tal vez como su padre David
hubiera procurado estar en presencia del Altísimo todos los días de su vida,
jamás se hubiera alejado del Dios verdadero. La vida de Salomón pasó muy rápido
y, teniendo un legado tan glorioso o mayor que el de su padre David, se perdió
en los afanes y la vanagloria de la vida.
Sin importar
cuánto poseamos, amemos a Dios con todo nuestro ser, ordenemos nuestras
prioridades; con Dios en el timón y sentado en el trono de nuestro corazón
seremos incorruptibles. Oración.
«Eres mi
Padre, mi amigo y mi único Dios, quiero vivir por siempre en tu presencia. La
cruz me ha hecho libre para hacer tu voluntad y poder estar rendido a tus pies.
La muerte de Cristo me dio vida y ahora vivo para ti, amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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