La paz de tu presencia.
“Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la
barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad
de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él
estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron:
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento,
y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y
les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces
temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el
viento y el mar le obedecen?”. Marcos 4:36-41
Cuando pasamos por grandes dificultades, la duda y el temor
se apoderan de nosotros y quizás podemos estar diciendo palabras hirientes como
las que los discípulos de Jesús le dijeron aquel día en la barca: “¿no tienes
cuidado que perecemos?, en otras palabras ¿no te importa lo que nos está
pasando? Su miedo ante las circunstancias que estaban viviendo y su
incredulidad hicieron que se olvidasen de una actitud correcta hacia el Señor.
La verdad es que en momentos de angustia, a veces no sabemos lo que decimos y
podemos estar ofendiendo y renegando del Señor.
¿No tienes cuidado de lo que nos está pasando? Estas
palabras hieren y sin embargo, a menudo las expresamos cuando sufrimos o
atravesamos por un mal momento y de repente aparecen las dudas sobre Jesús y su
cuidado y la incredulidad asalta nuestros pensamientos, especialmente cuando
nos sentimos indefensos y vulnerables. Que nuestras vivencias, nuestras luchas
diarias, nuestros problemas familiares, financieros, nuestras enfermedades no
nos hagan perder las esperanzas y dudar de quién es nuestro Señor, el único
capaz de resolver nuestras situaciones.
Jesús se reveló a sus discípulos como el Todopoderoso, a
quién la creación se somete, el que estuvo en la tormenta, pero no se sujetó a
ella, al que las tormentas no le inquietan, pero que sí le preocupa que nuestra
fe falle cuando estamos abrumados y asustados. ¿Por qué estáis así
amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?
El Señor siempre está tranquilo y nos extiende su mano poderosa
para sostenernos, nos da su cuidado y nos llama a cobrar valor, a reconocer que
todo está sujeto a su voluntad y que nada se sale de su control. Cuando nos
demos cuenta de que la presencia del Señor está con nosotros y en nosotros,
nuestras tempestades deben convertirse en calma. Oración.
«Señor, cuando la vida me envuelva en una tempestad de duda,
tensión e incertidumbre y no sepa qué hacer, vuelve mi mirada a ti para verte a
mi lado, para que mi fe no falle y entienda que tú harás tu voluntad, trae paz
a mi ansiedad y enséñame a confiar en tu amor que nunca falla, perdóname si he
dicho palabras que ofenden tu majestad y poder. Amén. Difundiendo el mensaje de
Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para
ese propósito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario