martes, 4 de febrero de 2020

El perdón no tiene un límite computable


El perdón no tiene un límite computable
“El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”, Mateo 18:27-33
Entre las preguntas que Pedro y los demás discípulos le hicieron a Jesús, hay una que es bastante interesante y que puede ayudarnos a nosotros acerca del perdón: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? Quizás este interrogante surgió de una regla rabínica que decía: “Nadie tiene derecho de pedir perdón a su prójimo más de tres veces.” Cuando Jesús les dijo que setenta veces siete, quedaron sorprendidos porque pensaron que perdonar hasta tres veces ya era demasiado generoso y este número es una manera de decir “sin límites”, lo que implica perdonar como Dios perdona.
Estamos llamados a cultivar un espíritu perdonador, esto nos permite estar en libertad sin deberle nada a nadie. Jesús lo ilustra con esta parábola recordándonos que siempre debemos perdonar a otros las ofensas porque Él ya nos perdonó y pagó un alto precio en la cruz. Es más, perdonar a otros sus ofensas es imprescindible para recibir el perdón de Dios. El perdón divino y el humano van de la mano. » Bienaventurados los misericordiosos -dijo Jesús -, porque ellos obtendrán misericordia” Mateo 5:7.
Cuando no perdonamos es porque no hemos comprendido que la gracia de Dios nos alcanzó y nos perdonó todos nuestros pecados. Las consecuencias de no perdonar nos esclavizan, nos atan a la amargura, no permiten sanar y restaurar heridas y mucho menos las relaciones.
El perdón a veces es un acto unilateral cuando una persona decide perdonar, sin importar la respuesta del otro. Jesús demostró ese perdón en la cruz. El poder del perdón se encuentra, cuando recordamos cuánto nos perdonó el Señor y la deuda que tenemos ante Dios.
Nada que otros puedan hacernos se puede comparar con lo que nosotros le hemos hecho a Dios, nada que nosotros tengamos que perdonar es comparable con lo que Dios nos ha perdonado. Nuestros pecados causaron su muerte en la cruz. Para ser tratados con misericordia debemos ser misericordiosos. Oración.
Señor Jesucristo, tú me has perdonado tanto que derramaste tu preciosa sangre por mí, ayúdame a perdonar a cualquier persona que ha cometido pecado contra mí, porque ya me perdonaste, libérame del enojo y del resentimiento, Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.

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