El perdón no tiene un límite computable
“El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y
le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos,
que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo
que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba
diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino
fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo
que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo
que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda
aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener
misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”, Mateo 18:27-33
Entre las preguntas que Pedro y los demás discípulos le
hicieron a Jesús, hay una que es bastante interesante y que puede ayudarnos a
nosotros acerca del perdón: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? Quizás
este interrogante surgió de una regla rabínica que decía: “Nadie tiene derecho
de pedir perdón a su prójimo más de tres veces.” Cuando Jesús les dijo que
setenta veces siete, quedaron sorprendidos porque pensaron que perdonar hasta
tres veces ya era demasiado generoso y este número es una manera de decir “sin
límites”, lo que implica perdonar como Dios perdona.
Estamos llamados a cultivar un espíritu perdonador, esto nos
permite estar en libertad sin deberle nada a nadie. Jesús lo ilustra con esta
parábola recordándonos que siempre debemos perdonar a otros las ofensas porque
Él ya nos perdonó y pagó un alto precio en la cruz. Es más, perdonar a otros
sus ofensas es imprescindible para recibir el perdón de Dios. El perdón divino
y el humano van de la mano. » Bienaventurados los misericordiosos -dijo Jesús
-, porque ellos obtendrán misericordia” Mateo 5:7.
Cuando no perdonamos es porque no hemos comprendido que la
gracia de Dios nos alcanzó y nos perdonó todos nuestros pecados. Las
consecuencias de no perdonar nos esclavizan, nos atan a la amargura, no
permiten sanar y restaurar heridas y mucho menos las relaciones.
El perdón a veces es un acto unilateral cuando una persona
decide perdonar, sin importar la respuesta del otro. Jesús demostró ese perdón
en la cruz. El poder del perdón se encuentra, cuando recordamos cuánto nos
perdonó el Señor y la deuda que tenemos ante Dios.
Nada que otros puedan hacernos se puede comparar con lo que
nosotros le hemos hecho a Dios, nada que nosotros tengamos que perdonar es
comparable con lo que Dios nos ha perdonado. Nuestros pecados causaron su
muerte en la cruz. Para ser tratados con misericordia debemos ser
misericordiosos. Oración.
Señor Jesucristo, tú me has perdonado tanto que derramaste
tu preciosa sangre por mí, ayúdame a perdonar a cualquier persona que ha
cometido pecado contra mí, porque ya me perdonaste, libérame del enojo y del
resentimiento, Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para
ese propósito.
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