Doce hombres
comunes como nosotros. Parte 2
“Aunque yo
tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué
confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel,
de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en
cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la
ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado
como pérdida por amor de Cristo.” Filipenses 3:4-7
Una persona
estrictamente religiosa que está convencida de que su dogma está en lo correcto
y que lo defiende con la misma escritura, le falta algo fundamental: nacer de
nuevo. Esta misma experiencia la tuvo otro religioso, Nicodemo, y la enseñanza
del Señor Jesús fue que tenía que nacer de nuevo para ver el reino de Dios
(Juan 3:3-4), porque su entendimiento estaba enceguecido por la religión,
tratando de acercarse a Dios mediante las obras de la ley y no mediante la fe
en Jesucristo (Gálatas 2:16).
Saulo,
también religioso, enceguecido perseguía a la iglesia, un hombre estricto en
sus costumbres, pero tuvo un encuentro personal con el Señor Jesús, fue tumbado
de su orgullo religioso y estuvo ciego por varios días, hasta que por medio de
Ananías, Dios le sanó y fue lleno del Espíritu Santo (Hechos 9:17). Pasó de
perseguidor a ser perseguido por causa de aquello que al principio perseguía y
de hacer sufrir, a sufrir por amor a aquel que lo salvó de la oscuridad y lo
llevó a la luz verdadera, (Gálatas 1:23). El que en otro tiempo perseguía a los
que creían en Cristo, ahora predica la fe que en un tiempo quería destruir.
(Colosenses 1:13)
Así también
nosotros, necesitamos de ese encuentro personal para ser transformados y
liberados de la oscuridad de nuestros sentidos, para que sean abiertos nuestros
ojos espirituales y podamos entender con claridad la revelación de su poder,
gloria y majestad en el conocimiento de Cristo Jesús (Efesios 1:17).
Muchos
necesitamos caer del caballo de nuestro orgullo y ser liberados del velo de la
religiosidad, para que como Pablo podamos decir “Señor, ¿qué quieres que yo
haga?” (Hechos 9:6). Oración.
«Gracias mi
Señor y Salvador Jesucristo, porque tu luz me hizo caer de mi orgullo y
prepotencia, de creerme sabio en mi propia sabiduría, y me llevó a recibir tu
amor, que día a día me sostiene y me transforma en una persona nueva conforme a
tu carácter. Amén. Difundiendo el
mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito
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