La
restauración del Señor es completa
«Y habló
Jehová a Manasés y a su pueblo, más ellos no escucharon: por lo cual Jehová
trajo contra ellos a los generales del ejército del rey de los asirios, los
cuales aprisionaron con grillos a Manasés, y atado con cadenas lo llevaron a
Babilonia. Más luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios,
humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado
a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración, y lo restauró a Jerusalén, a su
reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios» 2 Crónicas 33:10-13
La Biblia
narra que el rey Manasés ascendió al trono en Jerusalén muy joven e hizo lo
malo ante los ojos del Señor, reconstruyó los santuarios paganos y levantó
altares a los baales, se postró ante todos los astros del cielo y los adoró.
Sacrificó en el fuego a sus hijos, practicó la magia, la hechicería y la
adivinación, y consultó a adivinos y encantadores. Hizo continuamente lo que
ofende al Señor, provocando así su ira. Manasés estaba tan ocupado en su mundo
de idolatría que no percibió la voz de Dios y no olvidemos que toda acción trae
consigo una consecuencia sea buena o sea mala.
De la misma
manera hoy camina parte de la humanidad, inmersa en sus propios criterios, con
una vida llena de idolatría, porque el corazón que no adora a Dios termina
adorando a personas, cosas o hechos.
Cuando viene
una situación de angustia, donde sentimos grillos y cadenas que nos aprisionan,
es cuando volvemos los ojos a Dios y Él dice: «y al que a mí viene, no le echo
fuera» (Juan 6:37b). Vemos que Manasés en su angustia, sin trono, sin familia,
sin patrimonio, en soledad y en vergüenza de una cárcel, fue cuando reconoció
su condición de rebelión delante de Dios. No es fácil entender la obra de Dios
ni sus métodos, pero Él lo hace por amor.
También
Manasés oró, se humilló en la presencia de Dios y se arrepintió de su pecado.
Manasés fue atendido, pues el Señor tuvo misericordia.
Vemos el
poder restaurador de Dios, y dice la Palabra: «y lo restauró a Jerusalén, a su
reino». Dios lo perdonó, lo sacó de la cárcel, le quitó las cadenas, lo llevó
de nuevo a Jerusalén y le restauró su trono. La bondad y misericordia de Dios
va mucho más allá, Él transforma el corazón dispuesto y restaura integralmente
lo que se ha perdido.
Hermano,
cuando un corazón arrepentido va al Señor y reconoce que Él es Dios y que sólo
Él puede restaurar su vida, Dios lo purifica y lo restaura con su poder y amor.
Oración.
«Amado Dios,
reconozco mis fallas, mi corazón ha idolatrado muchas cosas, me he desviado de
tu camino, pero hoy declaro delante de ti mi pecado porque como grillos y
cadenas atan mi vida, libérame Señor con tu perfecto amor y restáurame, para
servirte y ser obrero aprobado delante de tus ojos. Amén. Amén. Difundiendo el
mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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