NECESITAMOS UN PROCESO PARA SER TRANSFORMADOS
“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de
Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo:
¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te
es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué
quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se
te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon
atónitos, oyendo a la verdad la voz, más sin ver a nadie. Entonces Saulo se
levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole
por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió
ni bebió”, Hechos 9:3-9
Cuando conocemos a Cristo todos necesitamos un proceso para
ser transformados. Saulo de Tarso tuvo que pasar por ese proceso de manera muy
rápida para convertirse en el famoso evangelista, Pablo.
Sus antecedentes muestran a un hombre religioso que seguía
la ley, de la tribu de Benjamín, fariseo, enseñado por un gran maestro,
Gamaliel. Lleno de conocimiento intelectual pero interiormente vacío, con un
corazón endurecido por el legalismo y la religiosidad que lo llevó a convertirse
en uno de los más temidos perseguidores del cristianismo. Aparentemente no
había nada en él que lo calificara para ser un seguidor y siervo de Cristo. Sin
embargo, ¿por qué Pablo evidenció un cambio tan radical y transformador en su
vida?
Primero tuvo un encuentro con Jesús que lo derribó
totalmente, no sólo lo postró físicamente ante su presencia sino que lo obligó
a dejar toda altivez de su corazón, al ser un hombre envanecido por sus
conocimientos y por su formación religiosa. Su auténtica experiencia personal
con Jesús implicó el conocimiento de quién realmente era Dios, esa convicción
en su corazón trajo un cambio transformador a su vida, que nunca volvió a ser
la misma.
Segundo, tuvo que humillarse y obedecer a la voz que le
ordenaba. No era fácil para alguien como Pablo enseñado a dar órdenes,
obedecerlas. Tenía que doblegar su carácter y aceptar que otro lo condujera de
la mano hasta Damasco. Su humildad tuvo que aflorar para seguir las
instrucciones que el Señor le dio.
Tercero tuvo que morir a su “yo”. En esos tres días, Saulo
quedó completamente ciego, desconectado del mundo, pero en conexión con Dios,
dedicado al ayuno y la oración. Tiempo dispuesto por el Señor para que
reflexionara sobre el propósito para el cual fue escogido. Necesitaba esos tres
días para resucitar en un nuevo hombre, sin orgullo, sin pretensiones, sin
prejuicios y argumentos religiosos. Un hombre controlado totalmente por el
Espíritu Santo, transformado en su carácter, fortalecido por el poder de Dios y
con una nueva visión y asignación: ir a predicar el evangelio al mundo gentil.
Esas son las cosas que Dios hace. Él cambia totalmente
nuestro enfoque cuando tenemos un encuentro genuino con Él. Nos lleva a la
postración y al reconocimiento. Nos lleva a la obediencia y humildad para que
nos rindamos a su voluntad. Nos enseña a seguir instrucciones y a dejarnos
guiar por el camino correcto, a buscar una íntima relación con Él, a practicar
el ayuno y controlar así nuestros apetitos emocionales y carnales. Un verdadero
encuentro con Jesucristo debe producir: una transformación de nuestro ser, una
renovación de nuestra mente y un propósito de vida totalmente diferente. Oración.
"Amado Señor Jesús, gracias por ese verdadero encuentro
contigo, afírmame en tu carácter para no ser más yo, sino tú viviendo en mí.
Cámbiame y límpiame para poder convertirme en instrumento escogido para la obra
a la que me has llamado. Amén. Difundiendo
el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para
ese propósito.
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