El camino al
lugar Santísimo
“así dispuestas estas cosas, en la
primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.” Hebreos 9:7-8
En el
Antiguo testamento, antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, existía un
santuario terrenal llamado el Tabernáculo, que tenía dos partes principales; la
primera, se llamaba el lugar Santo, donde los sacerdotes de la época realizaban
continuamente los oficios del culto; y la segunda, que estaba posterior a la
primera, se llamaba el Lugar Santísimo, en el cual únicamente el sumo sacerdote
podía entrar una vez al año con sangre de machos cabríos o de becerros para
ofrecer sacrificio por sus pecados y los pecados del pueblo; entonces, lo que
esto significa es que mientras existiera esta primera parte del tabernáculo no
había camino libre al lugar Santísimo, puesto que ahí se manifestaba la
presencia santa de Dios y no cualquiera podía ingresar, sólo la persona que
Dios designaba y de la forma que Él había ordenado.
Pero dice la
Palabra de Dios, que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, entró en el santuario o
tabernáculo, no hecho de mano, sino en el cielo mismo, para presentarse por
nosotros ante Dios y por su propia sangre entró una vez y para siempre en el
Lugar Santísimo, ofreciéndose a sí mismo como el sacrificio por nuestros
pecados (Hebreos 9:12, 24, 26), obteniendo de esta manera nuestra eterna
redención y santificación (Hebreos 10:10).
Es decir,
que el velo se rasgó, el camino se abrió y hoy nosotros los creyentes tenemos
toda la libertad para entrar por medio de Jesucristo a la presencia de Dios, al
Lugar Santísimo; ya no hay más sacrificios por los pecados, ni más
intermediarios, porque en la casa de Dios está nuestro Sumo Sacerdote para
interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Así que, sin temor ni culpa, acerquémonos
a Dios con total confianza, con corazón sincero, creyendo firmemente en su
pacto y en la esperanza que nos ha dado, porque fiel es Él, quien nos prometió
y ha dicho que nunca más se acordará de nuestros pecados ni transgresiones (hebreos
10:17). Oración.
«Papito
Dios, tu misericordia es infinita, tu amor traspasa todo; siendo aún pecador,
Cristo murió por mí. Eres Dios de pactos, eres fiel, confío en tu Palabra y te
doy gracias por tu Espíritu que me enseña cuán grandes cosas has hecho por mí.
Te pido, Padre de la gloria, me permitas continuar disfrutando de tu Presencia,
de tus bondades y tus promesas, en Cristo Jesús, Amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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