Jesús sana
mis heridas
«Dijo David:
¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de
Jonatán?… Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado
de los pies. Entonces el rey le preguntó: ¿Dónde está? Y Siba respondió al rey:
He aquí, está en casa de Maquir hijo de Amiel, en Lodebar. Entonces envió el
rey David, y le trajo de la casa de Maquir hijo de Amiel, de Lodebar. Y vino
Mefi-boset, hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David, y se postró sobre su rostro
e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset. Y él respondió: He aquí tu siervo.
Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo
misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de
Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa.» 2 Samuel 9:1,3b-7
Hay
situaciones en la vida que no entendemos por qué pasan, sino que lo diga
Mefi-boset quien no eligió estar lisiado de sus pies (2 Samuel 4:4). Al igual
que él, quizás hemos experimentado en nuestra niñez, juventud o madurez
situaciones que dejaron huellas, cicatrices y dolencias difíciles de sanar, las
cuales nos terminaron afectando como al hijo de Jonatán: la identidad, valor y
propósito que tenemos en ésta tierra; lo malo de creer que esas situaciones son
las que determinan nuestro presente y futuro, es que comenzamos a experimentar
faltantes en diversas áreas de nuestra vida, como Mefi-boset quién a raíz de lo
sucedido en su niñez, no veía ni entendía cuál era su valor: «Y él
inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como
yo?» (2 Samuel 9:8).
Dios quiere
recordarnos a través de éste devocional que cuando Jesús llegó a nuestra vida y
decidimos creer en su obra redentora, desde ese mismo momento Él sanó y
restauró todo aquello que causaron todas las heridas, pues a través de su obra
en la cruz, pagó un alto precio derramando cada gota de su sangre, para saldar
nuestras deudas e injusticias, para llevar nuestros dolores y sanar todo
aquello que nos dolía (Isaías 53:4-5); pero Jesús no sólo murió sino que
también resucitó y con ello nos entregó una nueva vida: «De modo que si alguno
está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas.» (2 Corintios 5:17), y esa vida nueva nos la entregó no para
seguir viviendo el presente como si estuviéramos en el pasado, sino para
aprender a olvidar lo que quedó atrás y extendernos más bien a lo que está
delante (Filipenses 3:13).
Hermanos, es
hora de despojarnos de todo ese peso antiguo que nos asedia, porque necesitamos
correr ésta carrera o vida que tenemos por delante de la manera correcta,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien cuando estuvo
en la cruz no pensó en cuántas injurias le estaban lanzando, o en cuánto dolor
le habían ocasionado, sino que menospreció el oprobio y sufrió la cruz por el
gozo que representaría que los que creyéramos en Él fuéramos sanados y salvados
(Hebreos 12:1b-2).
Así como
Mefi-boset fue llamado por el rey David para ser restituido por todo el tiempo
que debió recibir herencia como hijo de Jonatán, y para ya no ser más recordado
como aquél lisiado, sino como el invitado del rey, de igual forma, el Rey de
reyes y Señor de señores nos ha llamado para que nos sentemos a su mesa no
pensando en que estamos lisiados, heridos, adoloridos, sino conforme la nueva
identidad que nos ha entregado como hijos del Rey, pues ya Él restituyó al
agraviado, hizo justicia a los que habíamos sido afectados por las injusticias,
dio amparo a la que estaba viuda, es Padre para el huérfano y ha consolado a
todos aquellos enlutados. Oración.
«Padre,
gracias te doy porque me enseñas a través de tu Palabra que por medio de la
obra de Jesús me has restituido. Quiero de ahora en adelante vivir conforme
esta verdad que me has revelado y recordar cada día que ahora por ti he sido
adoptado y que tengo acceso a la casa del Rey, amén. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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