El fuego que
nos impulsa a seguir
“dije: No me
acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi
corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”.
Jeremías 20:9
“¿A quién
hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos,
y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa,
no la aman”. Jeremías 6:10
“¿A dónde me
iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos,
allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú
estás”.Salmos 139:7-8
En este
lamento Jeremías expresa una profunda angustia por que ha sido perseguido por
causa del mensaje de Dios, su oficio como profeta no le trajo sino burlas y
abusos; y a pesar del deseo de no proclamar más el mensaje, no puede detenerse.
Se encuentra atrapado entre el llamamiento divino y el rechazo de su pueblo y
amigos. Pero en medio de esa frustración y desesperanza por lo que está
viviendo exclama en Jeremías 20:7 “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más
fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se
burla de mí”. Reconocía la influencia del Espíritu de Dios en él y por eso
proclamó con fidelidad su Palabra aunque no recibió nada a cambio más que
persecución y dolor. Aun cuando se abstuvo de proclamar la Palabra de Dios por
un tiempo, esta se volvió como fuego en sus huesos hasta que ya no pudo
contenerla más.
Pablo lo dijo
así: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es
impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si
lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la
comisión me ha sido encomendada” (1Corintios 9:16-17). Pablo sentía la
obligación moral de predicar el evangelio, debido a que dependía completamente
de Cristo por amor. Predicar fue su don y llamado y no podía dejar de hacerlo,
estaba dependiendo absolutamente de la voluntad de Dios.
Esto nos
puede suceder cuando nos encontramos desanimados en nuestra vida cristiana y
deseamos no haber empezado nunca; es cuando debemos recordar que la gracia
poderosa de Dios es la que nos sostiene en medio de la desesperación, los
problemas y el deseo de rendirnos. Solo en su presencia encontraremos el
consuelo, protección divina y la motivación para seguir en el propósito de
Dios.
Dejemos que
el mensaje de Dios quebrante nuestro propio corazón. Oración.
«Señor, hay
en mi corazón un fuego ardiente que no permite que me rinda, es la presencia de
tu Santo Espíritu que mora en mi interior como fuego consumidor. No dejes que
abandone tu llamado divino a pesar del rechazo de los que me rodean, tu fuego
en mí es más poderoso que cualquier dificultad y no puedo resistirme al poder
de tu presencia, no puedo escapar de ti, tu palabra ha sido mi sustento y no
puedo olvidarla, por el contrario, tengo que proclamarla con el poder de tu
Espíritu. Amén. Difundiendo el mensaje
de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
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