LA VIUDA DE SAREPTA. “HAS
VENIDO [...] PARA DAR MUERTE A MI HIJO” Elías rogó: “Oh Jehová mi Dios,
Ahora bien, la fe de la viuda se puso a prueba de nuevo.
“Después de estas cosas —continúa el relato— aconteció que el hijo de la mujer,
el ama de la casa, enfermó, y su enfermedad llegó a ser tan grave que no quedó
aliento en él.” Tratando de buscar una razón para lo ocurrido, la afligida
madre le dijo a Elías: “¿Qué tengo yo que ver contigo, oh hombre del Dios
verdadero? Has venido a mí para que se recuerde mi error y para dar muerte a mi
hijo” (1 Rey. 17:17, 18). ¿Qué motivó esas amargas palabras?
¿Recordó quizá la viuda algún pecado que le pesaba en la
conciencia? ¿Pensó que Dios la estaba castigando con la pérdida de su hijo, y
que Elías era el mensajero de la muerte? La Biblia no entra en detalles, pero
sí queda claro que la viuda no estaba acusando a Dios de ser injusto.
A Elías lo debió sacudir la triste muerte del hijo de la
viuda, y también la idea de que su propia presencia la hubiera causado. Después
de llevar el flácido cuerpo del niño a la cámara del techo, Elías rogó: “Oh
Jehová mi Dios, ¿también sobre la viuda con quien estoy residiendo como
forastero tienes que traer perjuicio, dando muerte a su hijo?”. El profeta no
podía soportar que Dios quedara desacreditado por permitir que aquella amable y
hospitalaria mujer sufriera aún más. Por eso suplicó: “Oh Jehová mi Dios, por
favor, haz que el alma de este niño vuelva dentro de él” (1 Rey. 17:20, 21).
“MIRA, TU HIJO ESTÁ VIVO”
Jehová lo estaba escuchando. La viuda había alimentado al
profeta, había ejercido fe. Al parecer, Dios permitió que la enfermedad del
niño siguiera su curso porque sabía que lo resucitaría. Aquella resurrección
—la primera de la que habla la Biblia— serviría para dar esperanza a
generaciones futuras. Tras la súplica de Elías, Jehová le devolvió la vida al
niño. Imaginemos la emoción de la viuda cuando Elías dijo: “Mira, tu hijo está
vivo”. Ella le contestó: “Ahora, de veras, sí sé que eres un hombre de Dios, y que
la palabra de Jehová en tu boca es verdadera” (1 Rey. 17:22-24).
El relato no dice nada más sobre esta viuda. Pero en vista de
que Jesús hizo referencia a la buena actitud que ella demostró, podemos
concluir que sirvió a Jehová hasta el fin de sus días (Luc. 4:25, 26). Su
historia demuestra que Dios bendice a los que tratan bien a sus siervos (Mat.
25:34-40). También prueba que da lo necesario a quienes le son fieles, incluso
en circunstancias extremadamente difíciles (Mat. 6:25-34). Además, nos muestra que
Jehová quiere y puede resucitar a los muertos (Hech. 24:15). Sin duda, tenemos
buenas razones para acordarnos de la viuda de Sarepta.
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