Daniel 1.1-20
Daniel tenía una fe inquebrantable. Su confianza en el Señor
lo sostuvo cuando fue sacado de su patria, hecho cautivo y enviado a un país
extranjero. Esa fe lo fortaleció cuando sirvió a cuatro reyes diferentes y
enfrentó muchos problemas.
Conocer a Dios y confiar en Él son los dos elementos clave de
la fe profunda. Daniel, que era miembro de la nobleza israelita, conoció al
Señor desde temprana edad. Mientras estuvo cautivo, sus palabras y sus acciones
demostraban que conocía las Sagradas Escrituras y que quería obedecer a Dios.
Cuando le sirvieron una comida que había sido sacrificada a los ídolos, se
arriesgó mucho al pedir que le dieran otro alimento. Dios hizo que se ganara la
buena voluntad del oficial (Dn 1.5-9). Como Daniel, nosotros también debemos
invertir nuestra vida aprendiendo y haciendo lo que agrada a nuestro Padre
celestial (Col 1.10).
Pero este joven no solo sabía lo que decían las Sagradas
Escrituras; confiaba, también, en que Dios haría lo que había prometido. Cada
vez que Daniel tomaba una postura piadosa, estaba demostrando su confianza en
el Padre celestial. Y también sus amigos, Sadrac, Mesac y Abed-nego, tenían una
fe firme. No sabían con certeza si el Señor los libraría del horno de fuego,
pero confiaron en que Él haría lo correcto (Dn 3.16-18).
Entre las barreras para tener una fe inquebrantable están el
orgullo (“no reconoceré que necesito la ayuda de Dios”), la arrogancia (“sé
cómo hacerlo; no tengo que preguntarle a Dios”) y la autosuficiencia (“puedo
hacerlo sin su ayuda”). ¿Cuáles de estas barreras le están impidiendo ser una
persona de fe inquebrantable? Confiéselas sinceramente, y vuélvase al Señor.
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