1 Pedro 3.13-18
La persecución ha sido una experiencia común en el
cristianismo desde que los apóstoles proclamaron por primera vez el mensaje de
salvación. Incluso en lugares que han sido bendecidos con un largo período de
paz y prosperidad, no hay garantía de cuánto tiempo durará. Y aunque es posible
que algunos de nosotros nunca experimentemos persecución severa, como prisiones
o muerte por nuestras creencias, probablemente todos hemos sentido el aguijón
del rechazo o el ridículo. Cualquiera que sea la forma que pueda tomar el
acoso, todos debemos estar preparados para sufrir por Cristo.
Pedro escribió a un grupo de creyentes que eran tratados
duramente por su fe. Su objetivo era ofrecer aliento y un recordatorio para
seguir el ejemplo de Cristo, quien sin haber pecado sufrió en nuestro lugar
para llevarnos a Dios. Y aunque la multitud junto a la cruz se burlaba de Él,
el Señor nunca respondió con palabras hirientes (1 P 2.21-23).
Sin esta perspectiva, podremos sentir autocompasión o
resentimiento cuando seamos maltratados. Pero Pedro nos recuerda que somos
bendecidos cuando sufrimos por causa de la justicia. No solo recibiremos una
recompensa en el cielo (Mt 5.11, 12), sino que podemos también tener la
oportunidad de ser testigos de Cristo, con dulzura y reverencia.
La reacción sabia a la persecución fluye de una comprensión
correcta del plan de Dios. El sufrimiento injusto es, a veces, parte de su
voluntad para nosotros, como lo fue para Cristo. Pero podemos confiar en
nuestro Padre celestial, sabiendo que Él puede obrar en cada situación para
nuestro bien y para su gloria.
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