SI JESÚS NO NOS JUZGA, ¿POR QUÉ JUZGO A OTROS?
“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer
sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó
Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían
tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía
en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les
dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en
tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno,
comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la
mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la
mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella
dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no
peques más”, Juan 8:1-11
“El que esté libre de
pecado que lance la primera piedra”. Alzar mi dedo señalador contra los demás
sin examinar primero mi vida, es algo que a Dios no le agrada. Los fariseos y
escribas estaban acusando a una mujer de adulterio y la ley judía castigaba
este delito con la pena de muerte. Pusieron al Señor Jesucristo a decidir. Si
la perdonaba dirían que estaba violando la ley y si la condenaba perdería la
reputación de piadoso y amigo de pecadores. Jesús le dio la vuelta al juicio de
tal manera que hizo recaer la acusación contra los acusadores. Es tan fácil
juzgar el comportamiento de otros, pero tan difícil reconocer nuestros propios
errores.
Vivir en condenación después de haber recibido a Cristo es
algo absurdo también, pero muy común. La culpa de los errores anteriores nos
puede agobiar y no nos deja ver las nuevas criaturas que somos en Cristo. Pero
si el mismo Jesús no nos condena, sino que nos ama incondicionalmente ¿quién es
el enemigo o quienes somos nosotros para acusarnos? Así mismo debemos ser
nosotros con las personas que nos rodean. Amarlos y no condenarlos. El amor es
la oportunidad que les damos a otros de transformar sus vidas. Se puede más
cuando se ama, que cuando se condena, cuando constantemente recordamos las
faltas de otros, se nos olvida que la sangre de Cristo fue suficiente para
perdonarlos y liberarlos; estamos fallando al amor y a la compasión con los
demás.
Vivamos como Dios quiere, libres de pecado, acusación y
preocupación, ayudando a los demás sin juzgarlos, no permitamos que nuestro
juicio hacia otros sea más grande que la bendición hacia ellos. Aprendamos de
Cristo, cambiemos nuestras actitudes y palabras hacia nuestro prójimo y hacia
nosotros mismos. No permitamos que la condenación nos robe el gozo y nos quite
lo que ya nos pertenece en Jesús. Oración.
"Amado Señor, gracias porque me perdonaste y me
restauraste con tu amor incondicional, enséñame a amar a los demás y a verlos
con tus ojos de misericordia, si tú no condenas yo no tengo porque hacerlo. Haz
que mis labios derramen bendición sobre los demás y no condenación. Te alabo
porque me libraste y me sanaste con todo tu bien. Amen. Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para
ese propósito.
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