A CONTRACORRIENTE
Nosotros que somos salvos, hemos de estar en un lugar aparte,
como quienes han tomado posición con Cristo rechazado, ante el mundo que le ha
crucificado; manifestados como hombres de una raza celestial: «irreprensibles y
sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo» (Fil
2:15). Esta es la misión ¡y cuán elevada! de los hijos de Dios. Pero cuesta
mucho el vivir de esta manera. Tenemos que mantenernos cual roca solitaria en
medio del ímpetu de un río caudaloso, ya que todo cuanto nos rodea está
moviéndose, está bullendo; todo tiende a hacernos vacilar, una continua e
implacable presión se ejerce sobre nosotros. Nos hallamos luchando en medio de
una interminable oposición, la cual, tarde o temprano, nos arrastraría, sino
pudiéramos contar con la firmeza de la ROCA.
Cuando vamos poniendo en práctica las palabras de Dios,
entonces es cuando se levanta la tormenta contra nosotros. Ser miembro de lo
que se llama una iglesia es cosa fácil; también lo es el hacer como todos los
demás; el ser hombre honrado y buen ciudadano no ocasiona ninguna persecución.
Uno puede reunir todas estas cualidades y, sin embargo, seguir la corriente
mundana. Pero resplandecer como luminares por Dios en el mundo es cosa que
provoca la enemistad; por doquiera que se ve al verdadero Cristo, se le odia.
Si le ven a Él en mí, me odiarán por este motivo; por lo contrario, si gozo de
buena reputación, si nadie se me opone, ¿qué significa eso para mí, como
cristiano? Muy sencillo: no siendo manifestada la vida de Jesús en mi cuerpo
mortal, no se puede ver a Cristo en mí. No hemos sido llamados solamente a ser
buenas personas también hemos sido llamados a predicar de Cristo y su Palabra
porque como creerán si no ay quien les prediquen porque la Fe viene por el oír
la Palabra de Dios.
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