SANTIFICADOS POR SU SANGRE:
El primer paso para iniciarse en una vida de santidad es
aceptar a Cristo como único y exclusivo Salvador. Aceptarle es reconocer que su
sangre nos limpia de todo pecado.
Cuando el hombre pecó, perdió la santidad con que Dios le
creó y cayó de la gracia bajo sentencia de muerte. Dios elaboró un plan para
rescatarlo de la muerte y restaurarlo a su naturaleza original, haciendo que
volviese a la comunión con su Creador. Dios se hizo hombre para morir en
nuestro lugar. Mediante el derramamiento de su sangre, no sólo nos libertó de
la maldición del pecado, sino que nos adoptó como hijos. (Lea Gálatas 4:4,5 -
Hechos 26:18 - Colosenses 1:12-14).
Los que no han sido lavados en la sangre de Cristo participan
de la naturaleza del diablo. Estos son del mundo, y sus pasiones, deseos y
apetitos están controlados por el maligno. Esa naturaleza mundana se manifiesta
en glotonería, borrachera, ira, malicia, venganza, avaricia, celos amargos,
vanagloria, vanidad, inmoralidad, inmodestia, indecencia, nudismo,
exhibicionismo, mundanalidad, orgullo, pasiones desordenadas, amor por el
dinero, por el poder, por la fama, por el deporte, por los placeres, por los
deleites y otros.
Si aún no ha aceptado a Cristo como su Salvador personal, hoy
es día de salvación. Cristo le ofrece un traslado del mundo de las tinieblas al
mundo de la luz. Le ofrece hacerle su hijo con derecho a una herencia
incorruptible en los cielos. No deje pasar esta oportunidad y haga la decisión
más sabia y más importante de su vida.
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