Romanos.8.v14-17 Pablo toma la adopción para ilustrar la
nueva relación del creyente con Dios. En la cultura romana, la persona adoptada
perdía todos sus derechos en su familia anterior y ganaba los derechos de un
hijo legítimo en su nueva familia. Se convertía en heredero de las posesiones
de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno acepta a Cristo, gana todos los
privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia de Dios. Uno de estos
privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu Santo (véase
Gal_4:5-6). Quizás no sintamos siempre que pertenecemos a Dios, pero el
Espíritu Santo es nuestro testigo. Su presencia en nosotros nos recuerda
quiénes somos, y nos anima con su amor divino (Gal_5:5).
8.14-17 Ya no somos esclavos temerosos y viles. Ahora somos
hijos del Amo. ¡Qué privilegio! Debido a que somos hijos de Dios, disfrutamos
de grandes riquezas como coherederos. Dios ya nos ha dado sus mejores regalos:
su Hijo, perdón, vida eterna; y nos anima a pedirle todo lo que necesitemos.
8.17 Identificarse uno con Jesús tiene un precio. Junto con
las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos que los
cristianos enfrentarán. ¿Qué clase de sufrimientos serán? Para los creyentes
del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron
persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a
Jesús. En muchos lugares del mundo actual, los cristianos enfrentan presiones
tan severas como las de los primeros seguidores de Cristo. Aun en países donde
el cristianismo se tolera o alienta, los cristianos no deben bajar la guardia.
Vivir como Cristo lo hizo (servir a otros, ceder sus derechos, resistir las
presiones para conformarse al mundo) siempre exige un precio. Nada que
suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por
nosotros para salvarnos.
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