La gracia de Dios
1Corintios 1:25 "Porque lo insensato de Dios es más
sabio que los hombres…….."
El rey David se arrepiente
El pecado tiene una peculiaridad muy suya. Es insidioso.
Parte de su insidia es camuflarse y esconderse en lo más profundo del corazón.
Tenemos un enemigo muy astuto que quiere destruirnos y la Biblia lo denomina
“el príncipe de este mundo”, sabemos que su nombre es Satanás y que este
personaje es tan real como el mismo Dios.
Así que tenemos tres enemigos en realidad: la carne (el
pecado), el mundo, y el diablo.
El pecado es el cáncer del mundo, porque es insidioso y
penetra hasta lo más profundo del corazón humano, pero el mundo no lo reconoce
y cada uno es engañado por su propio pecado. El problema principal del pecado
es que es muy difícil detectarlo en uno mismo, aunque muy fácil reconocerlo en
los demás. ¡Qué cosa tan curiosa, pero tan trágica! Es trágica porque el pecado
oculto no se confiesa y si no se confiesa a Dios, no será perdonado y
finalmente te destruirá eternamente.
El rey David es culpable de adulterio y asesinato. Tomó la
mujer de su prójimo y mandó matar a su marido. Siendo que David tiene una
relación cercana a Dios, se supondrían dos cosas: la primera es que nunca
hubiera caído en semejantes pecados; y la segunda, después de haber caído se
sentiría muy mal. Pero ese no es el caso. David estaba ciego debido a la
naturaleza insidiosa del pecado. Dios manda al profeta Natán para que reprenda
a David y le haga ver su pecado, (2 Samuel 11-12).
David responde como es debido a la reprensión del profeta. En
el Salmo 51 escrito por él vemos que el rey David está en agonía por su pecado
al descubrir lo que ha hecho, y busca a Dios con todo su corazón sabiendo que
Dios es misericordioso y sospecha que quiere perdonarlo. David conoce el
corazón tierno de Dios y confía que Dios lo perdonará.
Solo cuando vemos la condición desesperada en la que nos encontramos,
y vamos a Dios con humildad de corazón y en actitud de sumisión, es que
recibimos el perdón.
La prueba de nuestra conversión es que buscamos a Dios cuando
hemos pecado contra él y queremos sobre todas las cosas estar en paz con Dios y
darle gloría reconociendo su derecho a reinar sobre nosotros. (1Juan 1:9)
“Si confesamos nuestro pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados y limpiarnos de toda maldad”.
La prueba de no habernos arrepentido es escondernos de la
presencia de Dios y evitar estar cerca de él. El que ama a Dios quiere
restablecer la relación con él y lo busca desesperadamente sabiendo que solo él
le puede dar la paz que necesita.
Recordemos a Adán y Eva en el jardín del Edén. ¿Qué hicieron
cuando pecaron? Se escondieron de Dios y se taparon con hojas de higuera. No
querían ver a Dios sabiendo que habían desobedecido sus órdenes. Pero Dios los
veía porque no hay nada que esté escondido de Su presencia y fue a su encuentro
para ofrecerles una salida.
Dios es amor y no quiere la destrucción del impío, sino que
el impío se arrepienta.
Ninguno piense que es natural que el rey David se haya
concienciado de su pecado porque realmente era muy pecador al haber cometido
dichos crímenes, pero que nosotros que no hemos cometido esos pecados
no debemos preocuparnos. Todos necesitamos arrepentirnos hasta el punto de no
tener paz ni descanso hasta saber que hemos sido perdonados. No
importa si hemos cometido un pecado o un millón, con uno solo ya no podemos
entrar el cielo (Santiago 2:10). Dios nos perdona si nos arrepentimos de
verdad, y a los ojos de Dios un pecador arrepentido es apto para entrar en Su reino,
pero uno que no quiere reconocer su pecado nunca podrá entrar.
No olvidemos: “no hay justo ni aún uno”, (Romanos 3:10).
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