Qué sería de
mí - Parte 1
“Y era traído
un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo
que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el
templo.” Hechos 3:2
La biblia no
nos relata cuántas personas eran las que llevaban cada día a este cojo de
nacimiento a la puerta del templo a pedir limosna, pues lo impactante de esto
no es la cantidad, sino ver cómo el hombre a lo largo del tiempo se ha
acostumbrado tanto a observar la necesidad espiritual de otros, que parece hasta
normal auspiciar la mendicidad, no material, sino espiritual, de aquellos que
están en necesidad. Esto debe hacernos reflexionar, pues al igual que estas
personas que llevaron a este hombre para que pudiera pedir limosna, ¿cuántas
veces nosotros también hemos auspiciado la mendicidad espiritual de nuestros
familiares, amigos, vecinos y aun la del mundo en general? y ¿por qué decimos
que la hemos auspiciado?, porque en algunos momentos hemos callado ante la
posibilidad de compartirle a otros de Jesucristo (Lucas 10:30-32).
Vayamos un
poco más a fondo en esta reflexión, pensemos en lo que hubiese pasado si
alguien no hubiera tenido misericordia de nosotros y, al igual que aquellos
hombres de esta historia, no nos hubieran compartido de Jesús; sin duda alguna,
estaríamos hoy viviendo en nuestra vieja condición espiritual: muertos en
nuestros delitos y pecados, alejados de Dios (Efesios 2:1,12); pero, gracias al
Señor que alguien decidió pararse y no callar más y al ver nuestra necesidad
espiritual no siguió derecho (Lucas 10:33-34), sino que nos compartió una
oración extraordinaria en la que aceptamos a Cristo en nuestro corazón, su obra
redentora; y cuando creímos en Él, el Señor hizo su entrada triunfal a nuestras
vidas, cambió por completo nuestro existir y nos dio esa vida nueva que tanto
estábamos necesitando, entonces, pasamos de ser mendigos espirituales a ser
hijos de Dios (Juan 1:12-13).
Hermanos,
basta ya de seguir auspiciando la mendicidad espiritual de los que nos rodean,
levantémonos y démosles a otros, de lo que hemos recibido, a Jesucristo. Oración.
«Señor,
infinitas gracias te doy porque me buscaste para que yo no siguiera muerto en
mis delitos y pecados; nunca te cansaste, sino que golpeaste la puerta de mi
corazón una y otra vez, hasta que llegó el día en el que no te dejé afuera
esperando, sino que con gusto te dije: ¡Bienvenido eres Jesús!, toma asiento en
el trono de mi corazón y haz de mí la persona nueva que tú quieres que yo sea,
amén. Difundiendo el mensaje de
Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario