Un principio
que bendice nuestra vida
“Sométase
toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien
se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten,
acarrean condenación para sí mismos” Romanos 13:1-2.
Un principio
que nos bendice de manera abundante es el someterse a toda autoridad. Esto
contrasta con el mundo actual, donde el ir en contra de la autoridad es una
tendencia en aumento: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impíos” (2 Timoteo 3:2). Pero la Palabra de Dios establece que es Dios el que
instaura estas autoridades, en Daniel 2:21 leemos: “Él muda los tiempos y las
edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a
los entendidos”.
¿Y cómo
disfrutamos de esta bendición? Todos estamos llamados a estar bajo una
autoridad. En nuestras familias, Dios nos coloca bajo la autoridad de nuestros
padres (Efesios 6:1), en los matrimonios las esposas al esposo: “Las casadas
estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza
de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y
él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también
las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5:22-24); pero claramente
el esposo debe estar sujeto a Cristo.
En cuanto a
la iglesia, el Señor también nos instruye a someternos a las autoridades
pastorales, “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con
alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”, (hebreos 13:17).
El Señor
Jesucristo mismo vino en su naturaleza de hombre sometido totalmente a la
autoridad de su Padre, porque se identifica con el hombre para dar su vida en
rescate por la humanidad, así que se somete a sus padres terrenales y a su
Padre celestial: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las
palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre
que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). El Señor Jesús no actuaba de
manera independiente o haciendo las cosas por su propia cuenta sino siguiendo
las instrucciones de su Padre: “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De
cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo
que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el
Hijo igualmente” (Juan 5:19).
Cristo mismo
se sometió incluso a las autoridades terrenales, porque él vino a hacer la
voluntad del Padre “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Obedecer a las autoridades
puestas por Dios es la manera más práctica y sencilla de hacer la voluntad de
Dios, pero, ¿qué sucede si estas fallan? Estamos llamados a orar por ellas “por
los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:2), es decir que es
ante Dios que deben responder, mientras nosotros nos sometemos al Señor, él no
permitirá que la autoridad terrenal nos lleve a pecar contra Él mismo que es la
autoridad superior, o la autoridad máxima de todas las autoridades. Oración.
«Padre,
estoy en Cristo por tu gran amor, y ya no hay condenación, sino que tengo una
relación contigo de Padre e hijo, tú me amas, me corriges, me animas y me
enseñas por tu Santo Espíritu a tener el carácter de Cristo y por eso estoy
llamado a respetar a las autoridades que tú has designado, en amor, para
nuestra protección. En el nombre de Jesús, amén.
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