Náufragos
“Porque habló, e hizo levantar un viento tempe
stuoso,
Que encrespa
sus ondas.
Suben a los
cielos, descienden a los abismos;
Sus almas se
derriten con el mal.
Tiemblan y
titubean como ebrios,
Y toda su
ciencia es inútil.
Entonces
claman a Jehová en su angustia,
Y los libras
de sus aflicciones.
Cambia la
tempestad en sosiego,
Y se
apaciguan sus ondas.
Luego se
alegran, porque se apaciguaron;
Y así los
guía al puerto que deseaban” Salmos 107:25-30
“Tres veces
he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio;
una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;” 2 Corintios 11:25
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3.
Reflexiona
Andábamos
como náufragos, sedientos, hambrientos y el mar de la vida nos llevaba de aquí
para allá, a ningún lugar. Tormentas y olas feroces arrastraban nuestra alma y
nos llevaban a aguas de amargura, temor, soledad, odio, derrota. Había días
soleados, pero luego caía una tempestad, todo se destruía y el ambiente se
tornaba gris.
Lo peor del
naufragio es la condenación, pues el pecado, como una piedra, hunde cada día
más el barco y pensamos que no hay salvación. Todo esfuerzo de salir de este
embravecido mar es inútil y de soltar esa terrible carga es imposible;
entonces, cuando ya no tenemos esperanza en nosotros mismos, clamamos a Dios en
nuestra angustia y ¡Cristo viene a nuestro rescate!
Así era
nuestra vida sin Cristo y ahora, que Él vino a nuestro rescate, ¿se acabaron
las dificultades?, no; pero ahora Él está en nosotros ayudándonos, dándonos
fuerza, renovando nuestro gozo, alumbrando con su luz en la oscuridad y, si es
preciso, calmando la tormenta, trayendo paz y consuelo a nuestro corazón. Ha
colocado en nosotros su Espíritu para que clame por nosotros, para que podamos
tomar su fruto de dominio propio, de templanza y no dejarnos vencer por el
enemigo. Nos guiará a puerto tranquilo, al puerto de su amor, de la victoria de
la fe; entonces, no nos angustiemos, Él lo dijo y así lo cumplirá “yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b). Oración.
«Padre,
cuando estaba perdido y mi vida no tenía rumbo fijo tú me diste un norte,
alumbrando, como un faro radiante en la oscuridad, la luz de Cristo; me
salvaste, me llevaste a puerto seguro, a tu casa, ahora mi casa, a tu iglesia,
en el nombre de Jesús, amén. Difundiendo
el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo
último de la tierra! Usa tus redes sociales para ese propósito
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