María Magdalena
“María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras
lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles… que
estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de
Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque
se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Juan 20:11-13). Y
detrás de ella apareció un hombre que le hizo la misma pregunta.
– “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y
yo lo llevaré”, le dijo María.
le contestó él.
Ese hombre era Jesús resucitado que la llamaba por su nombre.
Entonces le confió un maravilloso mensaje: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a
mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Un encuentro así, entre el gran Dios salvador y una mujer
sanada de siete demonios, nos interpela. Aquel a quien había visto clavado en
una cruz y colocado en una tumba había resucitado. Había vencido a Satanás y a
la muerte. Iba a subir al cielo nuevamente, pero su corazón no había cambiado.
En su divino amor acababa de dar su vida por María Magdalena y por todos los
que creyeran en él.
Jesús, muerto y resucitado, Salvador todopoderoso, es aún hoy
el único camino para disfrutar de la felicidad eterna. Jesús está cerca de
usted. Háblele con sus propias palabras; su respuesta será inmediata. Una
plenitud de paz lo llenará por toda la eternidad. Su respuesta será inmediata.
Una plenitud de paz lo llenará por toda la eternidad.
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