Efesios 4.14-16
Como creyentes, debemos hacer todo lo posible para parecernos
cada vez más a Dios (Ef 4.15). Cuando Él es el Señor de nuestra vida, es
necesario que demostremos ciertas características. He recopilado un breve
inventario de referencias espirituales para ayudarle a evaluar su progreso.
Pero recuerde, solo la Biblia puede indicarle la magnitud de su crecimiento.
Sabemos que estamos creciendo cuando nos volvemos más
conscientes de nuestra pecaminosidad y debilidad. Al estudiar la vida de los
primeros cristianos, es obvio que ellos no “mejoraron” con la edad ni con la
madurez espiritual. Por el contrario, se hicieron más dependientes del Señor.
Lo cual quiere decir que crecemos espiritualmente cuando respondemos al pecado
con arrepentimiento. Negarse a enfrentar el pecado es rebeldía contra Dios. Los
creyentes que crecen se alejan de lo malo y se apegan a lo recto. Si
experimentamos las bendiciones de la dependencia y el arrepentimiento, nuestro
deseo de obedecer se intensifica y la atracción al pecado disminuye.
El crecimiento se caracteriza por el aumento tanto de gozo
como de lucha. La fe se desarrolla por medio de las dificultades, porque gozar
de confianza en medio de sufrimiento nos ayuda a lograrlo. Por tanto,
maduraremos cuando juzguemos las pruebas y las tentaciones como oportunidades
para crecer.
Pablo, David y Daniel demostraron que la adversidad puede
ayudar a formar gigantes espirituales. Estos hombres reconocieron a Dios como
el guardián de sus vidas. Maduramos cuando discernimos que todo lo que nos
sucede viene del Señor, y por tanto, Él está obrando para nuestro bien (Ro
8.28). El crecimiento viene en la humildad que tengamos para reconocer que
cuando somos guiados por la carne y no por El espíritu es imposible agradar a
Dios.
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