Viviendo la vida juntos
Ustedes fueron llamados a formar un solo cuerpo,
El cuerpo de Cristo.
Colosenses 3:15 (BLS)
¡Cuán bueno y cuán agradable es que
Los hermanos convivan en armonía!
Salmos 133:1 (NVI)
El significado de la vida es compartir.
La intención de Dios es que experimentemos la vida junta. En
la Biblia esta experiencia comunitaria se conoce como vivir en comunión. En la
actualidad, sin embargo, la palabra ha perdido mucho de su significado bíblico.
“Tener comunión” se usa para referirse a la conversación espontánea, la
socialización, las comidas y la diversión. La pregunta “¿Dónde tienes
comunión?” significa: “¿A qué iglesia asistes?”. Afirmar: “Quédate después del
servicio APRA un momento de comunión” quiere decir “Tendremos un refrigerio”.
La verdadera comunión es mucho más que asistir a los
servicios dominicales. Es experimentar la vida junta. Consiste en amar
desinteresadamente, compartir con corazón sincero, servir en la práctica, hacer
sacrificios, consolar y solidarizarse con los que sufren, y todos los demás
mandamientos que el Nuevo Testamento nos manda hacer “unos a otros”.
Con todo aquello relacionado con la comunión, el tamaño
importa: cuanto más pequeño, mejor. Con una multitud se puede adorar, pero no
se puede tener comunión. Cuando los grupos son superiores a diez personas,.
Algunas dejarán de participar ¾por lo general, las más calladas¾ y otras
ejercerán dominio.
Jesús ministró en el contexto de pequeños grupos de
discípulos. Pudo haber elegido a más, pero sabía que doce es prácticamente el
tamaño máximo posible para permitir la participación de todos.
El cuerpo de Cristo, como el tuyo, es en realidad una
colección de varias células pequeñas. La vida del cuerpo de Cristo, como el
tuyo, está en las células. Debido a esto, todos los cristianos necesitan estar
comprometidos con un pequeño grupo dentro de cada iglesia, ya sea uno de
reflexión en los hogares, una clase de escuela Dominical o un grupo de estudio
bíblico. La verdadera comunidad se gesta en esos lugares, no en las reuniones
masivas. Piensa en la iglesia como en un barco, los pequeños grupos son los
botes salvavidas.
Dios ha hecho una promesa increíble con respecto a los
pequeños grupos de creyentes: “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos”. Por desgracia, pertenecer a un pequeño grupo
tampoco es ninguna garantía de que se experimentará una verdadera comunión.
Muchas clases de Escuela Dominical y grupos pequeños son superficiales, no
tienen idea de lo que es experimentar la comunión genuina. ¿Cuál es la
diferencia entre la comunión verdadera y la falsa?
En la comunión verdadera experimentamos autenticidad. La
comunión auténtica no es superficial. Consiste en la expresión genuina, de
corazón a corazón, desde lo más íntimo de nuestro ser. El verdadero
compañerismo ocurre cuando la gente es honesta con lo que es y con lo que
sucede en su vida: comparte sus penas, revela sus sentimientos, confiesa sus
fracasos, manifiesta sus dudas, reconoce sus temores, admite sus debilidades, y
pide la ayuda y oración de los demás.
La autenticidad es exactamente lo contrario de lo que
encuentras en algunas iglesias. En éstas, en vez de una atmósfera de sinceridad
y humildad, hay fingimiento, roles, politiquería, cordialidad superficial y
conversación trivial. La gente se pone máscaras, está a la defensiva y se
conduce como si su vida fuera un lecho de rosas. Estas actitudes matan la
verdadera comunión.
Podremos experimentar la verdadera comunión sólo si somos
transparentes en nuestra vida. La Biblia dice: “Si vivimos en la luz, así como
Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros... Si afirmamos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad”. El
mundo cree que la intimidad necesita oscuridad, pero Dios dice que ésta ocurre
en la luz. La oscuridad sirve para esconder nuestros dolores, culpas, temores,
fracasos y fallas. Pero al sacarlas a la luz, las ponemos a la vista y
admitimos quiénes somos en realidad.
Por supuesto, la autenticidad exige valor y humildad. Implica
enfrentar nuestro temor a la exposición, al rechazo y a ser heridos nuevamente.
¿Por qué habríamos de correr ese riesgo? Porque es la única manera de crecer
espiritualmente y conservar nuestra salud emocional. La Escritura indica que
“nuestra práctica debería ser: confesarnos unos a otros nuestros pecados y orar
unos por otros para poder vivir todos juntos y ser sanados”. Sólo podemos
crecer si nos arriesgamos, y no hay riesgo mayor que ser sinceros con nosotros
mismos y con otros.
En la comunión verdadera experimentamos reciprocidad. La
reciprocidad es el arte de dar y recibir. Depende de cada uno de nosotros. La
Biblia dice que “Dios diseñó nuestros cuerpos como un modelo para que
pudiéramos entender nuestras vidas reunidas como iglesia: cada parte
dependiente de todas las demás partes”. La reciprocidad es el corazón de la
comunión: la construcción de relaciones recíprocas, de compartir responsabilidades
y de ayudarse unos a otros. Pablo dice que desea que nos ayudemos “entre
nosotros con la fe que compartimos. Tu fe me ayudará y mi fe te ayudará”.
Somos más sólidos en nuestra fe cuando caminamos junto a
otros que nos animan. La Biblia nos ordena rendir cuentas unos a otros,
animarnos, servirnos y honrarnos mutuamente. Más de cincuenta veces el Nuevo
Testamento nos manda hacer distintas tareas “unos a otros” y “unos con otros”.
La Palabra de Dios señala: “Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la
paz y a la mutua edificación”.
No eres responsable de cada persona del cuerpo de Cristo,
pero tienes una responsabilidad con ellos. Dios espera que hagas lo que esté a
tu alcance para ayudarlos.
En la comunión verdadera experimentamos compasión. La
compasión no se limita a dar consejos o una ayuda rápida y cosmética; la
compasión es comprender y compartir el dolor de los demás. La compasión dice:
“Entiendo lo que te está pasando, y lo que sientes no es raro ni es una
locura”. Hoy también se la conoce como “empatía”, pero la palabra bíblica es
“compasión”. La Escritura afirma que, como escogidos de Dios, santos y amados,
debemos vivir con “verdadera compasión, bondad, humildad, mansedumbre y
paciencia”.
La compasión satisface dos necesidades humanas esenciales:
ser entendidos y apreciados con nuestros sentimientos. Cada vez que entiendes y
aprecias los sentimientos de alguien, estableces comunión. El problema es que
muchas veces tenemos tanta prisa para arreglar las cosas, que no tenemos tiempo
para expresar nuestra compasión; o estamos preocupados con nuestros propios
dolores. La autocompasión agota la compasión por los demás.
La comunión tiene diferentes niveles, cada uno apropiado para
diferentes momentos. Los grados más simples de comunión son al compartir y al
estudiar la Palabra de Dios en comunidad. Un nivel más profundo es la comunión
al servir: cuando ministramos entre varios en viajes misioneros o en proyectos
de caridad. El nivel más profundo e intenso es la comunión en sufrimiento,
cuando nos solidarizamos con la pena y el dolor de los demás y nos ayudamos
unos a otros a sobrellevar las cargas. Los cristianos que mejor entienden este
nivel son quienes, en este mundo, sufren persecución, desprecio y hasta muerte
como mártires por su fe.
La Palabra de Dios nos manda: “Cuando tengan dificultades,
ayúdense unos a otros. Esa es la manera de obedecer la ley de Cristo”. Es en
los momentos más intensos de crisis, dolor y duda cuando más nos necesitamos
unos a otros. Cuando las circunstancias nos aplastan y nuestra fe se derrumba,
es cuando más necesitamos a nuestros amigos creyentes. Necesitamos contar con
un pequeño grupo de amigos que tengan fe en Dios por nosotros para permitirnos
salir adelante. En un pequeño grupo, el cuerpo de Cristo es real y tangible,
aunque Dios parezca distante. Durante su sufrimiento, Job necesitó con
desesperación contar con ese grupo. Clamó: “aunque uno se aparte del temor al
Todopoderoso, el amigo no le niega su lealtad”.
En la comunión verdadera experimentamos misericordia. La
comunión es un lugar de gracia, donde en vez de enfatizar los errores, éstos se
resuelven. La comunión se genera cuando la misericordia triunfa sobre la
justicia.
Todos necesitamos misericordia porque todos tropezamos y
caemos y necesitamos que alguien nos ayude a ponernos en pie y en camino.
Necesitamos brindarnos misericordia unos a otros y estar dispuestos a
recibirla. Dios declara que cuando alguien peca, debemos “perdonarlo y
consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza”.
No es posible tener comunión sin perdón. Dios nos dice: “No
guarden rencor”, porque la amargura y el resentimiento destruyen la comunión.
Como somos pecadores e imperfectos, inevitablemente nos lastimamos. En
ocasiones, intencionalmente y otras veces sin mala intención, pero de una u
otra manera, requiere cantidades enormes de misericordia y gracia crear y
sostener la comunión. La Escritura dice que “tengan paciencia unos con otros, y
perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó,
perdonen también ustedes”.
La misericordia de Dios es el motor que nos motiva a mostrar
compasión a los demás. Recordemos que nunca se nos pedirá perdonar más que lo
que Dios nos perdonó a nosotros. Cuando alguien te lastime, tienes que decidir.
¿Usaré mi energía y mis emociones para vengarme o para buscar una solución? No
es posible hacer ambas cosas.
Muchas personas son renuentes a mostrar misericordia porque
no entienden la diferencia entre confianza y perdón. Perdonar es soltar las
riendas del pasado. La confianza tiene que ver con el comportamiento en el
futuro.
El perdón debe ser inmediato, lo pida o no quien ofendió. La
confianza se reconstruye con el tiempo. Esta requiere llevar un registro. Si
una persona nos lastima repetidas veces, Dios nos manda perdonarla al instante,
pero no espera que confiemos en ella de inmediato, y tampoco supone que debemos
permitir que siga lastimándonos. Deberá demostrar que el tiempo la ha
transformado. El mejor lugar para restaurar la confianza es dentro del ámbito de
apoyo provisto por un pequeño grupo que ofrezca la posibilidad de animarnos
mutuamente y ser responsables unos de otros.
Experimentarás muchos otros beneficios si formas parte de un
pequeño grupo comprometido con tener comunión verdadera. Es una parte esencial
de tu vida cristiana que no puedes desatender. Por más de dos mil años los
cristianos se han reunido regularmente en pequeños grupos para vivir en
comunión. Si nunca has formado parte de uno, no tienes idea de lo que te estás perdiendo.
En el capítulo siguiente analizaremos lo que se requiere para crear este tipo
de comunidad con otros creyentes, pero espero que este capítulo haya despertado
el hambre de una experiencia de autenticidad, reciprocidad, compasión y
misericordia que experimentarás con la comunión verdadera. Fuiste creado para
esa comunión.
DÍA DIECIOCHO
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Necesito otras personas en mi vida.
Versículo para recordar: “Ayúdense unos a otros a llevar sus
cargas, y así cumplirán la ley de Cristo”. Gálatas 6:2 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué primer paso puedo dar hoy para
relacionarme con otro creyente en un mayor grado de intimidad y autenticidad?
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