Restaura el compañerismo
Dios... por medio de Cristo nos reconcilió
Consigo mismo y nos dio
El ministerio de la reconciliación.
2º Corintios 5:18 (NVI)
Siempre es valioso restaurar relaciones.
Como la vida se resume en aprender a amar, Dios quiere que
valoremos las relaciones y nos esforcemos por mantenerlas, en lugar de
descartarlas siempre que se produzca una división, un disgusto o conflictos. De
hecho, su Palabra nos dice que Dios nos ha dado el ministerio de restaurar
relaciones. Por lo tanto, gran parte del Nuevo Testamento se ocupa de la
enseñanza de cómo tratarnos mutuamente. Pablo escribió: “Por tanto, si sienten
algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor; algún compañerismo
en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mismo
parecer; un mismo amor; unidos en alma y pensamiento”. El apóstol nos enseñó
que la capacidad de llevarnos bien entre nosotros es señal de madurez
espiritual.
Como Cristo quiere que su familia sea conocida por el amor
que sienten unos por otros, el compañerismo roto es un mal testimonio para los
incrédulos. Por eso Pablo sentía tanta vergüenza de los miembros de la iglesia
de Corinto, que se dividían en facciones de distinta tendencia y hasta se
demandaban a juicio. Por eso escribió: “Digo esto para que les dé vergüenza. ¿Acaso
no hay entre ustedes nadie lo bastante sabio como para juzgar un pleito entre
creyentes?” No podía creer que no hubiera nadie en la iglesia lo suficientemente
maduro para resolver el conflicto en paz. En la misma carta, dijo: “Les
suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en
armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en
un mismo pensar y en un mismo propósito”.
Si quieres la bendición de Dios en tu vida y que te conozcan
como su hijo, debes aprender a ser pacificador. Jesús dijo: “Dichosos los que
trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Fíjate que Jesús no
dijo: “Dichosos los que aman la paz”, porque todos la amamos. Tampoco dijo:
“Dichosos los pacíficos”, que nada los perturba. Al contrario, afirmó:
“Dichosos los que trabajan por la paz”: los que activamente procuran resolver
los conflictos. Los pacificadores son difíciles de encontrar porque la
pacificación es una tarea difícil.
Como fuimos creados para formar parte de la familia de Dios y
el segundo propósito de nuestra vida en la tierra es aprender a amar y
relacionarnos con otros, trabajar por la paz es una de las habilidades más
importantes que podemos desarrollar. Por desgracia, a la mayoría de nosotros
nunca se nos enseñó cómo resolver conflictos.
Trabajar por la paz no es evitar los conflictos. Huir de los
problemas, aparentar que no existen o tener miedo de hablar de ellos es
cobardía. Jesús, el Príncipe de Paz, nunca tuvo miedo al conflicto. En cierta
ocasión hasta lo provocó para bien de todos. A veces necesitamos evitar los
conflictos; otras, necesitamos crearlos; y, aun otras, resolverlos. Por eso
debemos orar pidiendo la guía continua del Espíritu Santo.
Trabajar por la paz no es apaciguar; siempre cediendo,
dejándonos pisar y permitiendo que los demás nos pasen por encima; no es lo que
Jesús tenía en mente. Él se negó a ceder en muchos asuntos, se mantuvo firme en
su posición frente a la oposición del mal.
CÓMO RESTAURAR UNA RELACIÓN
Como creyentes, Dios nos ha llamado a restablecer nuestras
relaciones unos con otros. Hay siete pasos bíblicos para restaurar el
compañerismo:
Habla con Dios antes que con la persona. Conversa con Dios acerca
del problema. Si oras acerca del conflicto antes de ir con el chisme a un
amigo, descubrirás que tú o la otra persona cambian de parecer sin ayuda de
nadie. Nuestras relaciones serían mejores si sólo oráramos más por ellas.
Como lo hizo David con sus salmos, usa la oración para
ventilar hacia arriba. Cuéntale a Dios tus frustraciones. Clama a Dios. Él
nunca se sorprende ni se disgusta por nuestro enojo, dolor, inseguridad o
cualquier otra emoción. Cuéntale exactamente cómo te sientes.
Muchos conflictos se originan en necesidades insatisfechas.
Algunas de ellas sólo pueden ser satisfechas por Dios. Cuando esperamos que una
persona, ya sea un amigo, un cónyuge, un jefe o un pariente, satisfaga una
necesidad que sólo Dios puede suplir, nos exponemos a la decepción y la
amargura. Nadie puede satisfacer todas nuestras necesidades, sólo Dios puede
hacerlo.
Como bien señaló el apóstol Santiago, muchos de nuestros
conflictos obedecen a la falta de oración: “¿De dónde surgen las guerras y los
conflictos entre ustedes?... Desean algo y no lo consiguen... No tiene porque
no piden”. En vez de depender de Dios, dependemos de los demás para ser felices
y luego nos enojamos cuando nos fallan. Dios nos invita a acudir a Él primero.
Toma la iniciativa siempre. No importa quién haya sido el
ofendido o quién ofendió a quién: Dios espera que des el primer paso. No
esperes por la otra persona. Preséntate ante ella. Restaurar el compañerismo
cuando se rompe es tan importante que Jesús le asignó prioridad por encima de
la adoración colectiva. Dijo: “Si entras en tu lugar de adoración y, al
presentar tu ofrenda, recuerdas de pronto que tu hermano tiene algo contra ti,
deja tu ofrenda, ve directamente a donde se encuentra tu amigo y hagan las
paces. Entonces, y sólo entonces, vuelve y relaciónate con Dios.
Cuando el compañerismo sea tirante o se rompa, planifica
inmediatamente una conferencia de paz. No la postergues, no pongas excusas o
prometas “Ya me encargaré de este asunto algún día”. Fija una fecha para tener
una reunión personal tan pronto como sea posible. La demora sólo sirve para
aumentar el resentimiento y complicar las cosas. En casos de conflicto, el
tiempo no cura las heridas; las inflama.
Actuar prontamente, además, reduce el daño espiritual que
puedes sufrir. La Biblia dice que nuestros pecados, incluyendo los conflictos
no resueltos, impiden nuestra comunión con Dios y que nuestras oraciones sean
contestadas, además de hacernos sentir desgraciados. Los amigos de Job le
recordaron que “preocuparse hasta la muerte con el resentimiento sería una
necedad, una insensatez! Y que “sólo consigues lastimarte con tu enojo”.
El éxito de una conferencia de paz muchas veces depende de
escoger el momento y el lugar correcto para reunirse. No se reúnan cuando dos
estén cansados ni cuando puedan ser interrumpidos. El mejor momento es cuando
los dos se encuentren en un buen estado de ánimo.
Sé comprensivo. Usa tus oídos más que tu boca. Antes de
intentar resolver un desacuerdo, escucha atentamente los sentimientos de la
otra persona. Pablo aconsejó: “Cada uno debe velar no sólo por sus propios
intereses sino también por los intereses de los demás”. El término “velar” es
el vocablo griego skopos, de donde provienen nuestras palabras telescopio y
microscopio. Significa ver de cerca. Enfócate en los sentimientos, no en los
hechos. Comienza con la compasión, no con las soluciones.
Al principio, no discutas con las personas acerca de sus
sentimientos. Sólo escucha y permite que se desahoguen emocionalmente sin
ponerte a la defensiva. Asienta con tu cabeza para demostrarle que la
entiendes, aunque no estés de acuerdo. Los sentimientos no siempre son
infalibles o lógicos. Por el contrario, el resentimiento hace que pensemos o
que hagamos tonterías. David admitió su equivocación: “Cuando mis pensamientos
estaban llenos de amargura y mis sentimientos estaban heridos, ¡fui tan
estúpido como un animal!”. Todos podemos actuar bestialmente cuando nos
sentimos lastimados.
Por el contrario, la Biblia dice: “El buen juicio hace al
hombre paciente: su gloria es pasar por alto la ofensa”. La sabiduría produce
paciencia y se adquiere escuchando otras perspectivas. Cuando escuchamos le
decimos a la persona: “Valoro tu opinión, me interesa nuestra relación y me
importas tú”. Es cierto: me importa saber lo que sabe un amigo porque me
importa mi amigo.
Para restaurar el compañerismo debemos “agradar al prójimo
para su bien, con el fin de edificarlo”. Aguantar con paciencia el enojo de los
demás es un sacrificio, sobre todo si no tiene fundamento. Pero recuerda, eso
fue lo que Jesús hizo por ti. Soportó el enojo malicioso e infundado para
salvarte: “Porque ni siquiera Cristo se agradó a sí mismo sino que, como está
escrito: “Sobre mí han recaído los insultos de tus detractores”.
Confiesa tu parte en el conflicto. Si realmente te interesa
restaurar una relación, debes comenzar admitiendo tus propios errores o
pecados. Jesús dijo que debes sacar primero “la viga de tu propio ojo, y
entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano”.
Como todos tenemos un punto ciego, puede ser necesario
pedirle ayuda a un tercero para que te ayude a evaluar tus propias acciones
antes de reunirte con la persona con quien tienes un conflicto. Pídele a dios
que te muestre tu parte de culpa en el problema. Pregúntale: “¿Soy yo el
problema? ¿Soy poco realista, insensible o demasiado sensible?”. La Biblia dice
que “si decimos que estamos libres de pecado, lo único que conseguimos es
engañarnos”.
La confesión es una herramienta muy poderosa para la
reconciliación. A veces la manera en que tratamos un conflicto produce un daño
mayor que el problema original. Cuando comenzamos por reconocer con humildad
nuestras equivocaciones, el enojo de la otra persona se apaga y la desarmas
porque posiblemente esperaba que estuvieras a la defensiva. No te excuses ni
culpes al otro; reconoce con sinceridad la parte que te corresponde en el
conflicto. Asume la responsabilidad que te corresponde por tus errores y pide
perdón.
Ataca al problema, no a la persona. No es posible arreglar el
problema si lo que te interesa es encontrar quién tuvo la culpa. Debes optar
por una u otra. La Biblia dice: “La respuesta amable calma el enojo, pero la
agresiva echa leña al fuego”. Si estás enojado nunca lograrás persuadir a la
otra persona; elige tus palabras con mucho cuidado. Una respuesta amable es
siempre mejor que el sarcasmo.
Al resolver conflictos, la manera en que se dicen las cosas
es tan importante como lo que se dice. Si eres agresivo, tus palabras se
recibirán a la defensiva. Dios nos dice: “A la persona sabia y madura se le
conoce por su inteligencia. Cuanto más agradables sus palabras, más convincente
es la persona”. Ser fastidioso nunca sirve. No podemos ser convincentes cuando
somos ásperos.
Durante la Guerra Fría, ambas partes acordaron que algunas
armas de guerra eran tan destructivas que nunca deberían usarse. En la
actualidad, las armas químicas y biológicas están prohibidas y los arsenales de
armas nucleares se reducen y se destruyen. Para salvar el compañerismo, es
necesario destruir nuestro arsenal de armas nucleares relacionales: la
desaprobación, el menosprecio, las comparaciones, las etiquetas, los insultos,
la condescendencia y el sarcasmo. Pablo lo resume de la siguiente manera:
“Eviten las palabras dañinas, usen sólo palabras constructivas, que sirvan para
edificación y sostén, para que lo que digan haga bien a quienes escuchan”.
Coopera tanto como puedas. Pablo dijo: “En cuanto dependa de
ustedes, vivan en paz con todos”. La paz siempre tiene un precio. Puede
costarnos nuestro orgullo; a menudo nos cuesta nuestro egoísmo. Por amor al
compañerismo, haz lo mejor que puedas para llegar a un compromiso, para
adaptarte, para optar por lo que la otra parte prefiere. Una paráfrasis de la
séptima bienaventuranza de Jesús lo expresa así: “Ustedes son benditos cuando
son capaces de mostrar a la gente cómo cooperar en lugar de competir o luchar.
Entonces pueden descubrir quiénes son realmente y cuál es su lugar en la
familia de Dios”.
Haz hincapié en la reconciliación, no en la solución. No es realista
esperar que todos nos pongamos de acuerdo en todo. La reconciliación se enfoca
en la relación, mientras que la resolución se concentra en el problema. Cuando
nos concentramos en la reconciliación, el problema pasa a un segundo plano de
importancia y hasta puede tornarse irrelevante.
Podemos restablecer una relación incluso sin haber podido
resolver nuestras diferencias. Los cristianos solemos tener, con toda
legitimidad, desacuerdos francos y opiniones distintas, pero podemos discutir
sin ser desagradables. El mismo diamante, visto de diferentes ángulos, parece
distinto. Dios quiere la unidad, no la uniformidad, y podemos caminar juntos
del brazo sin ver todas las cosas de la misma forma.
Eso no quiere decir que debamos desistir de encontrar una
solución. Puede ser necesario que continuemos discutiendo y hasta debatiendo,
pero siempre en un espíritu de armonía. La reconciliación consiste en enterrar
el arma, no el asunto. A quién debes contactar como resultado de haber leído
este capítulo? ¿Con quién necesitas restaurar el compañerismo? No lo postergues
ni un segundo. Haz una pausa ahora mismo y conversa con Dios por esa persona.
Luego toma el teléfono y comienza el proceso. Estos siete pasos son sencillos,
pero no fáciles. Restaurar una relación exige mucho esfuerzo. Por eso Pedro nos
exhorta a “esforzarnos por vivir en paz unos con otros”. Pero cuanto trabajas
por la paz, haces lo que dios haría. Por eso Dios llama pacificadores a sus
hijos.
DÍA VEINTE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Siempre vale la pena restaurar las
relaciones.
Versículo para recordar: “Si es posible, y en cuanto dependa
de ustedes, vivan en paz con todos”. Romanos 12:18 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué debo hoy hacer para restaurar
una relación rota?
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