Cultivar la vida en comunidad
Podrán desarrollar una comunidad saludable
y robusta que viva bien con Dios y disfrutar
Los resultados únicamente si se esfuerzan
Por llevarse bien unos con otros, tratándose entre sí
Con dignidad y honra.
Santiago 3:18 (PAR)
Todos seguían firmes en lo que los apóstoles les
Enseñaban, y compartían lo que tenían, y oraban
y se reunían para partir el pan.
Hechos 2:42 (DHH)
La vida en comunidad requiere compromiso.
Sólo el Espíritu Santo puede crear la comunión verdadera
entre los creyentes, pero la cultiva con las elecciones que hagamos y los
compromisos que asumamos. Pablo señala esta doble responsabilidad: “Esfuércense
por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”. Para
producir una comunidad cristiana que perpetúa el amor se necesita tanto el
poder de Dios como nuestro esfuerzo.
Por desgracia, muchas personas se crían en familias con
relaciones malsanas y, por lo tanto, carecen de las habilidades relacionales
necesarias para la comunión verdadera. Debemos enseñarles cómo llevarse bien y
entablar relaciones con otros miembros de la familia de Dios. Afortunadamente
el Nuevo Testamento reboza de instrucciones acerca de cómo vivir juntos. Pablo
afirmó: “Escribo estas instrucciones para que... sepas cómo hay que portarse en
la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente”.
Si estás harto de la comunión falsa y deseas cultiva una
comunión verdadera y desarrollar una comunidad fraternal en tu grupo pequeño,
en tu clase de escuela dominical o en la iglesia, necesitas tomar algunas
decisiones difíciles y arriesgarte.
Cultivar la vida en comunidad requiere sinceridad. Debes
estar lo suficientemente interesado para decir la verdad fraternalmente, incluso
cuando prefieras pasar por alto un problema o no tratar un asunto espinoso. Si
bien es mucho más fácil permanecer en silencio cuando las personas a nuestro
alrededor tienen un patrón de pecado que les duele o lastima a otros, no es lo
que el afecto nos manda hacer. La mayoría de las personas no tienen a nadie que
las ame lo suficiente como para decirles la verdad (aunque duela), por lo cual
persisten en sus conductas autodestructivas. Por lo general sabemos que es
necesario decirle a esa persona, pero nuestros temores nos impiden abrir la
boca. Muchas relaciones han sido perjudicadas por el temor: nadie tuvo el valor
de hablar en el grupo mientras la vida de uno de sus miembros se desmoronaba.
La Palabra de Dios nos ordena: “hablando la verdad con amor”,
porque no podemos formar una comunidad sin franqueza. Salomón dijo: “Una
respuesta sincera es el signo de una verdadera amistad”. A veces esto implica
preocuparnos lo suficiente por quien peca o está siendo tentado para
enfrentarlo afablemente. Pablo dijo: “Hermanos, si ven que alguien ha caído en
algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero
háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él
también sea puesto a prueba”.
Muchas congregaciones y grupos pequeños son superficiales
porque temen al conflicto. Siempre que surja un asunto que pueda provocar
tensión o incomodidad, inmediatamente se lo pasa por alto para preservar un
falso sentido de paz. Alguien sugiere “no complicar las cosas” y apaciguar los ánimos,
pero el asunto nunca se resuelve, y todos se resignan. Todos saben cuál es el
problema, pero nadie lo expresa francamente. Esto produce un ambiente viciado:
hay secretos y se multiplican los chismes. La solución de Pablo era directa:
“No más mentiras, no más falsas impresiones. Díganle a su prójimo la verdad. En
el cuerpo de Cristo todos estamos conectados entre sí, a fin de cuentas. Cuando
mienten a otros, se mienten a ustedes mismos”.
La comunión verdadera depende de la franqueza, ya se trate de
un matrimonio, una amistad o tu iglesia. Aún más, en una relación, el túnel de
los conflictos puede ser la puerta a la intimidad. Hasta que no nos importe lo
suficientemente como para enfrentar y solucionar los obstáculos subyacentes,
nunca podremos tener una relación más estrecha. Cuando un conflicto es bien
manejado y se encaran y solucionan las diferencias, se estrechan las
relaciones. La Biblia dice: “A fin de cuentas, más se aprecia al que reprende
que al que adula”.
La franqueza no debe ser una licencia para decir lo que a uno
se le antoja, dondequiera y cuando quiera. Eso es impertinencia. La Escritura
afirma que “para todo hay un cuándo y un cómo“. Las palabras irreflexivas dejan
cicatrices profundas. Dios nos manda hablarnos unos a otros en la iglesia como
miembros afables de una familia: “No reprendas con dureza al anciano, sino
aconséjalo como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos; a las
ancianas como a madres; a las jóvenes como a hermanas”.
Es triste, pero la falta de sinceridad ha destruido miles de
relaciones. Pablo tuvo que reprender a la iglesia en Corinto por su pasivo
código de silencio que permitía la inmoralidad dentro de su comunidad. Como no
había nadie con suficiente valor para enfrentarla, les dijo: “No miren para
otro lado con la esperanza de que el problema desaparecerá. Sáquenlo a la luz y
trátenlo... Mejor un poco de devastación y vergüenza que la maldición...
Ustedes creen que se trata de algo sin importancia, pero por el contrario... no
deberían actuar como si todo estuviera bien cuando uno de sus compañeros
cristianos es inmoral o calumniador, es arrogante con Dios o grosero con sus
amigos, se emborracha o es avaro y estafador. No toleren esta situación, ni
consideren aceptable ese comportamiento. No soy responsable de lo que hagan los
de afuera, pero, ¿acaso no tenemos responsabilidad hacia los de adentro, los
que conforman nuestra comunidad de creyentes?
Cultiva la vida en comunidad requiere humildad. Nada destruye
la comunión tan rápido como la arrogancia, la autocomplacencia y el orgullo
empedernido. El orgullo erige murallas entre las personas; la humildad
construye puentes. La humildad es como el aceite que suaviza las relaciones y
lima las asperezas. Por eso la Biblia dice: “Revístanse todos de humildad en su
trato mutuo”. La vestimenta apropiada para la comunión es una actitud de
humildad.
El resto del versículo continúa: “Dios se opone a los
orgullosos pero da gracia a los humildes”. Este es otro motivo por el que
debemos ser humildes: el orgullo bloquea la gracia de Dios en nuestra vida, la
que necesitamos para crecer, cambiar, sanar y ayudar a los demás. Recibimos la
gracia de Dios cuando reconocemos con humildad que la necesitamos. La Biblia
nos dice que ser orgullosos ¡es oponernos a Dios! Es una manera de vivir necia
y peligrosa.
Podemos desarrollar la humildad de manera práctica:
reconociendo nuestras debilidades, siendo tolerantes con las debilidades de
otros, estando dispuestos a ser corregidos y destacando lo que hacen los demás.
Pablo aconsejó: “Vivan siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten
como iguales a la gente humilde. No se crean más inteligentes que los demás”. A
los cristianos de Filipos les escribió: “Honren más a los demás que a ustedes.
No se interesen sólo en ustedes sino interésense en la vida de los demás”.
La humildad no es pensar menos de sí mismo sino pensar menos
en ti mismo. Humildad es pensar más en los demás. Las personas humildes se
interesan tanto en servir a otros, que no piensan en sí mismas.
Cultivar la vida en comunidad requiere amabilidad. La
cortesía o amabilidad consiste en respetar nuestras diferencias, tener
consideración por los sentimientos de otras personas y ser tolerantes con las
que nos molestan. La Palabra de Dios dice: “Hagamos cuanto contribuya al bien...
con el fin de edificarlas”. Pablo le dijo a tito: “El pueblo de Dios debe tener
un gran corazón y ser amable”.
En todas las iglesias, y en cualquier grupo pequeño, habrá
siempre por lo menos una persona “difícil”, a veces más de una. Éstas pueden
tener necesidades emocionales especiales, profundas inseguridades, costumbres
irritantes o hábitos sociales no desarrollados. Podríamos llamarlas personas
NGE: que “necesitan gracia extra”.
Dios puso a tales personas en medio de nosotros tanto para
nuestro beneficio como para el de ellas. Son una oportunidad para el
crecimiento y poner a prueba la comunión: ¿Las amamos como hermanos y hermanas
y las tratemos con dignidad?
Los miembros de una familia no se aceptan porque sean
inteligentes, hermosos o talentosos. Se aceptan porque pertenecen a la misma
familia. Defendemos y protegemos la familia. Uno de sus miembros puede ser algo
tonto, pero es de nuestra familia. De la misma manera, la Biblia dice: “Ámense
los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente”.
Lo cierto es que todos tenemos nuestras manías y caprichos.
Pero la comunidad no tiene nada que ver con compatibilidades. La base de
nuestra comunión es nuestra relación con Dios: somos una familia.
Una de las claves para la amabilidad es conocer los orígenes
de una persona: descubre su historia. Cuando sepas lo que esa persona ha
atravesado, serás más comprensivo. En lugar de pensar en todo lo que todavía
tiene que aprender, pensarás en todo lo que ha progresado, a pesar de todo.
Otro aspecto de la amabilidad consiste en no subestimar las
dudas ajenas. El hecho de que no tengamos determinados temores no quita validez
a esos sentimientos. La comunidad verdadera se produce cuando la gente se
siente suficientemente segura para poder expresar sus dudas y temores con la
certeza que no la juzgarán.
Cultivar la vida en comunidad requiere confidencialidad. Para
que las personas sean sinceras y expresen sus más profundas penas, necesidades
y errores, se requiere una condición: una atmósfera segura que las haga
sentirse cálidamente aceptadas y donde puedan desahogarse con confianza. La
confidencialidad no implica permanecer en silencio si nuestro hermano o hermana
peca. Significa que lo que se expresa dentro del grupo no sale afuera de él,
que el grupo tratará el asunto internamente y nadie saldrá a contar chismes.
Dios odia los chismes, sobre todo cuando se los disfraza
superficialmente como “pedidos de oración” por una persona. Él afirma: “El
perverso provoca contiendas y el chismoso divide a los buenos amigos”. Los
chismes provocan sufrimiento y divisiones, y destruyen la comunión. Dios es muy
claro al respecto: debemos enfrentar “al que cause divisiones”. Estas personas
pueden enojarse y abandonar el grupo o la iglesia cuando se las amonesta por
sus acciones divisivas, pero el compañerismo de la iglesia es más importante
que cualquier individualidad.
Cultivar la vida en comunidad requiere contacto frecuente.
Debes tener contacto frecuente y regular con tu grupo para construir una
comunión genuina. Para cultiva una relación se requiere tiempo. La Biblia nos
dice: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino
animémonos unos a otros”. Debemos desarrollar el hábito de reunirnos. Un hábito
es algo que hacemos con frecuencia y regularidad, no ocasionalmente. Debemos
pasar tiempo junto ¾mucho tiempo¾ para construir relaciones sólidas. Por eso,
la comunión es tan superficial en muchas iglesias justamente porque no pasamos suficiente
tiempo junto, y cuando nos reunimos, por lo general pasamos ese tiempo
escuchando hablar a una sola persona.
La comunidad no se construye sobre la conveniencia (“Nos
reuniremos cuando nos parezca”), sino que se apoya en la convicción de que la
comunidad es necesaria para la salud espiritual. Si deseas cultiva una comunión
verdadera, eso implicará reunirte incluso cuando no tengas ganas, porque estás
convencido de que es importante. ¡Los primeros cristianos se reunían todos los
días! “No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa
partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad”. Para tener
comunión debes invertir tiempo.
Si eres miembro de un pequeño grupo o clase, te animo a que
hagas un pacto en el grupo que incluya las nueve características de la comunión
bíblica: expresaremos nuestros verdaderos sentimientos (autenticidad), nos
animaremos unos a otros (reciprocidad), nos apoyaremos unos a otros
(compasión), nos perdonaremos unos a otros (misericordia), hablaremos la verdad
en amor (sinceridad), reconoceremos nuestras debilidades (humildad),
respetaremos nuestras diferencias (amabilidad), no andaremos con chismes
(confidencialidad) y haremos del grupo una prioridad (frecuencia).Al leer esta
lista de características, te resultará obvio por qué la comunión genuina es tan
poco corriente. Consiste en formarnos en interdependientes. Sin embargo, los
beneficios de compartir la vida junta superan largamente los costos y nos
preparan para el cielo.
DÍA DIECINUEVE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: La vida en comunidad requiere compromiso.
Versículo para recordar: “En esto conocemos lo que es el
amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros
debemos entregar la vida por nuestros hermanos”. 1º Juan 3:16 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Cómo puedo cultivar hoy las
características de una comunidad verdadera en mi grupo pequeño o en mi iglesia?
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