Lectura: Génesis 2:7-17; 3:6
Cuando Adán y Eva se enfrentaron a la tentación, por primera
vez, muchas de las cosas que eran una realidad para ellos, no las son para
nosotros. Vivían en un ambiente perfecto y en una sociedad no corrompida. No
había una influencia familiar, a la que se pudiera culparse por una mala
decisión.
Adán y Eva se ubicaron en la mañana de la creación, como
criaturas que se asombraban por las pequeñas y grandes cosas de la vida. No
tenían herencia pecaminosa, ni tenían un entorno devastado al que pudieran culpar
a consecuencia de la caída.
También había muchos pecados que Adán y Eva no podían
cometer. No podían cometer adulterio. No podían robar a nadie. No podían
deshonrar a su padre o a su madre. No podían dar falso testimonio contra su
prójimo. No podían codiciar la propiedad de su vecino.
Sin embargo, la esencia del pecado en los albores de la
creación es la misma que tenemos hoy: Desafiar a Dios. En un punto
crucial de su vida fueron tentados, y tanto Adán como Eva no se tomaron en
serio lo que Dios les había dicho.
En las tentaciones que enfrentamos hoy en día, también
nosotros debemos decidir si vamos a creer en el Señor y en las cosas que Él
dice. Debemos darnos cuenta de que el pecado puede devastar nuestra relación
con él. Necesitamos su perdón cuando caemos.
1. Señor, ayúdanos a mantenernos lejos del pecado y cerca de
ti.
2. Las tentaciones son atractivas, por lo tanto tienes todos
los días que decirle a Jesús que venga cerca de ti; confía en Él y Él oirá tu
voz. Para resistir la tentación, debes estar con Cristo.
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