Estas cosas hablo Jesús, y levantando los ojos al cielo,
dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo
te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé
vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he
glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora
pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo
me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra”, Juan 17:1-6. El anhelo más profundo que llenaba de gozo el
corazón de Jesús era saber que volvía a encontrarse con su Padre, su misión
había concluido. Tres años habían transcurrido y con su ejemplo estableció la
más alta norma de vida que sirve para enmarcar el destino de un verdadero hijo
de Dios.
Esta oración es muy sombría, siendo ubicada inmediatamente
antes de su arresto y crucifixión. Sin embargo, recién Jesús había afirmado:
“¡yo he vencido al mundo!”, “Te he glorificado, he acabado la obra”,
sintetizándose así los tres grandes propósitos por los cuales vale la pena
vivir: Glorificar a Dios, llevar a cabo la obra que encarga a cada uno como
misión histórica en este mundo y un futuro lleno de esperanza para los que han
tenido la experiencia de conocerlo sabiendo que Él es la vida eterna.
Era necesario que viniese de la eternidad al tiempo para
manifestar el nombre a los hombres. El Maestro había cumplido con su labor,
ahora era menester poner a prueba su lección; estaba seguro que sus discípulos
no le fallarían. Al estar cerca de ellos, conformó su carácter al de un padre y
se relacionó con ellos, pero tenía que partir, entonces debían comenzar a
valerse por sí mismos y depender de su comunión con el Padre. Jesús mira hacia
adelante, a la cruz, con la plena esperanza de victoria y el reencuentro con su
Padre. Este es el fin de su ministerio terrenal pero la continuación de su
ministerio en el cielo.
Si observamos la oración de Jesús en el capítulo de Juan 17,
Él levanta sus ojos al cielo, mirando confiadamente hacia su Padre, mostrando
una actitud de negación y entrega total. Pide por su glorificación, por los
once discípulos y por todos los que habrían de creer por el ministerio de
estos.
Esta oración de consagración debe servirnos de ejemplo si
queremos tener una genuina relación con nuestro Padre Eterno, debemos
glorificarlo siempre con nuestras vidas. Jesús lo glorificó en la cruz
ofreciéndole perfecta obediencia, mostrando su amor perfecto. Glorificar al
Padre es darlo a conocer. Conocer a Dios no sólo es saber cómo es, sino también
estar en íntima relación de amistad con Él por medio de Jesucristo y compartir
su mensaje de amor a otros. Oración.
Amado Jesús, gracias por tu obra redentora con la cual me
salvaste y me regalaste la vida eterna, quiero glorificar al Padre siguiendo tu
ejemplo de obediencia, haciendo lo grato ante tus ojos y dándote a conocer a
otros. Amén. Difundiendo el mensaje
de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra! Usa tus redes sociales para
ese propósito.
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