NACIMIENTO DE ISAAC
“Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con
Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez,
en el tiempo que Dios le había dicho” Gén. 21:1-2.
Que privilegio tan grande el de Sara, “Dios la visitó”, esto
fue algo glorioso en su vida, pues Dios mismo vino a ella. Hoy día los hijos de
Dios somos templo del Espíritu Santo, y debemos anhelar más que una
“visitación”, debemos procurar una relación íntima y constante con Dios. Es
necesario y vital que anhelemos estar con el Consolador, tanto como él anhela
estar con nosotros, pues el apóstol Santiago nos dice: “¿O pensáis que la
Escritura dice en vano: ¿El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos
anhela celosamente?” (Sant. 4:5), sin embargo, creo que, por muchas razones,
motivos o excusas nuestras, ese anhelo del Espíritu es correspondido
someramente…
El texto nos dice que Dios hizo esto “como había dicho… como
había hablado”, Dios lo había prometido y lo cumplió. Creo que todos nosotros
hemos experimentado en algún momento de nuestra vida la decepción, la tristeza
o el dolor, ante el incumplimiento de promesas que otros nos han hecho; pero
cuando se trata de las promesas de Dios, podemos estar tranquilos y seguros,
pues Dios no miente, ni se retracta, nunca falla, él cumple su palabra, pues en
él no hay cambio ni sombra de variación, es decir en él no hay el más mínimo
margen de error ¡Bendito sea nuestro Dios!
Isaac nace en la vejez de Abraham y Sara. Recordemos que
ambos se habían reído cuando Dios les hizo ésta promesa, pues eran de edad
avanzada. Es en éste contexto cuando Dios pregunta: “¿hay alguna cosa difícil
para Dios?” (Gén. 18:14), y la respuesta es una sola: “No, no hay nada difícil
para Dios”. Aunque veamos las circunstancias adversas y contrarias, aunque
nuestra razón nos diga que no es posible y otros concluyan diciendo que es una
fantasía, sí Dios lo dijo, él lo hará. Entonces persevera, continúa avanzando,
él es fiel a su palabra, él no te miente y no te decepcionará.
Hemos leído que “Dios lo hizo en el tiempo que había dicho”. ¿La
verdad es que generalmente nos cuesta esperar, por qué? Por nuestro orgullo,
por nuestra ansiedad, por querer mostrar resultados a los hombres, porque
queremos decir: “yo tenía la razón”, etc. Pero, Dios no está de afán, no se
anticipa ni llega tarde, todo lo tiene planeado, nada lo toma por sorpresa,
sólo requiere de sus hijos: obediencia.
Reflexión final: Debemos fortalecer nuestra intimidad
con Dios, pues él quiere estar con nosotros y allí nos hará entender su
infinito poder y fidelidad para cumplir sus promesas en su tiempo, allí
aprenderemos a caminar en armonía con los tiempos de Dios, y allí nos
concientizamos que nuestra vida está en sus manos, las mejores manos.
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