El riesgo de obedecer a Dios
Leer | Lucas 5.1-11
11 de noviembre de 2013
Como cristianos, podemos desperdiciar nuestras vidas junto a
las orillas de la fe, sin aventurarnos jamás a entrar a aguas más profundas.
Allí tenemos poca necesidad del Señor. Después de todo, estamos a salvo en la
playa, lejos del peligro de las grandes olas y las tormentas. Pero los
creyentes que se introducen en las aguas de la obediencia, llegan a necesitar a
Dios desesperadamente.
Al lanzarse a alta mar, el cristiano renuncia a tener el
control de su vida. Deja de tratar de controlar su propio destino, ya sea en lo
profesional y financiero, o en su participación en la iglesia. Dios es el
Capitán del barco, mientras que el creyente es el obediente marinero. ¿Vendrán
tormentas? Sí. ¿Hará el capitán peticiones difíciles algunas veces? Sí. ¿Se
sentirá asustado algunas veces el marinero? Sí. Pero el cristiano obediente
tiene una experiencia de Cristo mucho más estrecha que la que podrá tener el
cristiano que se quedó en la playa.
El creyente dice: “He entregado mi vida a Cristo”. Pero
vivir de verdad esas palabras es más difícil, pues humanamente queremos
conservar cierto control en caso de que Dios no se ocupe de nuestros asuntos de
la manera en que nos agrada. Muchos cristianos se contentan con solo sumergirse
superficialmente en la fe, pues tienen miedo de que la vida no les resulte de
acuerdo a sus planes. Dios puede hacer mucho más con una vida obediente que con
una vida protegida de riesgos.
La vida cristiana se vuelve emocionante cuando nos metemos
en aguas tan profundas, que nuestros pies ya no tocan el fondo. Entonces
debemos mantenernos firmes agarrados de las promesas de Dios.
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