¿Cómo Buscar El Rostro de Dios En Oración?
“…TU ROSTRO BUSCARÉ, SEÑOR” (Salmos 27:8) En el Antiguo Testamento, Dios instruyó a Moisés que diera a los israelitas la siguiente bendición: “El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro y ponga en ti paz” (Números 6:24-26). Cuando hablamos de oración, hablamos de “buscar el rostro de Dios”. Eso significa que unas veces orar consiste en hablar y otras veces en escuchar. Pero hay un tercer ingrediente: la seguridad que nos da el sentir la sonrisa de amor y de aprobación de Dios. EL SEÑOR HAGA RESPANDECER SU ROSTRO SOBRE TI…” (Números 6:25)
Al estudiar la vida de Cristo, te das cuenta de que la oración no lo dejaba sin energía, sino que lo revitalizaba. Lo mismo te puede ocurrir cuando te acerques a Dios en oración para ver cómo resplandece Su rostro sobre ti. Cuando estás con alguien polémico con ganas de discutir, gastas energías. Sin embargo, cuando quedas con tu mejor amigo, las renuevas. Jesús nos ha llamado “amigos” (Juan 15:15). ¿Te has fijado en que a veces los enamorados se hablan como si fueran bebés? Es algo muy íntimo y privado y resulta desagradable a un tercero. Pero lo hacemos porque es el lenguaje más tierno que conocemos.
La vida de oración de Jesús demostraba su intimidad. A Dios lo llamaba “Abba”, una palabra aramea equivalente a “papá” o “mamá” (Jesús hablaba en arameo y hay partes del Nuevo Testamento escritas en esta lengua en lugar de en griego). “Abba” era la primera palabra que pronunciaban los niños judíos por su facilidad fonética. En cierto modo, el amor tierno que los adultos ofrecen a los niños es el mismo que Jesús recibía de Su Padre cuando estaba con Él. Tú también puedes experimentar lo mismo. Por eso escribió Pablo: “…No recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar: ‘¡Abba! ¡Padre!’. El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos… herederos de Dios…” (Romanos 8:15-17. El propósito primordial de la oración debería ser alcanzar la intimidad con Dios.
“…TU ROSTRO BUSCARÉ, SEÑOR” (Salmos 27:8) En el Antiguo Testamento, Dios instruyó a Moisés que diera a los israelitas la siguiente bendición: “El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro y ponga en ti paz” (Números 6:24-26). Cuando hablamos de oración, hablamos de “buscar el rostro de Dios”. Eso significa que unas veces orar consiste en hablar y otras veces en escuchar. Pero hay un tercer ingrediente: la seguridad que nos da el sentir la sonrisa de amor y de aprobación de Dios. EL SEÑOR HAGA RESPANDECER SU ROSTRO SOBRE TI…” (Números 6:25)
Al estudiar la vida de Cristo, te das cuenta de que la oración no lo dejaba sin energía, sino que lo revitalizaba. Lo mismo te puede ocurrir cuando te acerques a Dios en oración para ver cómo resplandece Su rostro sobre ti. Cuando estás con alguien polémico con ganas de discutir, gastas energías. Sin embargo, cuando quedas con tu mejor amigo, las renuevas. Jesús nos ha llamado “amigos” (Juan 15:15). ¿Te has fijado en que a veces los enamorados se hablan como si fueran bebés? Es algo muy íntimo y privado y resulta desagradable a un tercero. Pero lo hacemos porque es el lenguaje más tierno que conocemos.
La vida de oración de Jesús demostraba su intimidad. A Dios lo llamaba “Abba”, una palabra aramea equivalente a “papá” o “mamá” (Jesús hablaba en arameo y hay partes del Nuevo Testamento escritas en esta lengua en lugar de en griego). “Abba” era la primera palabra que pronunciaban los niños judíos por su facilidad fonética. En cierto modo, el amor tierno que los adultos ofrecen a los niños es el mismo que Jesús recibía de Su Padre cuando estaba con Él. Tú también puedes experimentar lo mismo. Por eso escribió Pablo: “…No recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar: ‘¡Abba! ¡Padre!’. El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos… herederos de Dios…” (Romanos 8:15-17. El propósito primordial de la oración debería ser alcanzar la intimidad con Dios.
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