sábado, 11 de mayo de 2013

«te has humillado».


Una de las habilidades que Dios me está ayudando a desarrollar es la de humillarme. Dios le dijo al Rey Josías: «porque te has humillado delante de Jehová, yo también te he escuchado». En consecuencia, él no sería testigo del juicio de Dios contra su pueblo (2 Reyes 22.19-20).
La frase clave es «te has humillado». Cuando creí en Jesucristo, Dios puso en mis manos el derecho a juzgarme a mí mismo. Si fallo en ejercer ese derecho, él lo hará por mí. El juzgarme es simplemente revisar mi relación con Dios. La mayor parte del tiempo esa revisión revelará algo que falta o se requiere. Es en ese momento cuando debo humillarme y reconocer mi falta y pedir el perdón de Dios.
El que se juzga a sí mismo demuestra que el Espíritu Santo de Dios vive con libertad en su corazónSi me juzgo a mí mismo, soy perdonado y no necesito castigo (1 Corintios 11.31-32). Pero si me niego a juzgarme, el Señor debe hacerlo por mí. Esto quiere decir que debe añadir su «disciplina», su vara correctora. Cuando yo era un creyente novato solía decir, «acepta a Cristo y Dios nunca te juzgará». Ahora sé que eso no es cierto. Más bien la realidad es «¡acepta a Cristo y estarás a diario bajo su juicio!». No es el juicio de la ira de Dios sobre mis pecados, sino el juicio del Espíritu de Dios sobre la calidad de mi vida.
El mundo nada conoce acerca de «juzgarse a sí mismo», sólo sabe justificarse. Esta es una diferencia clave entre el discípulo y la persona mundana. Siempre puedo calibrar mi vida espiritual al hacerme una simple pregunta: ¿Me estoy justificando o juzgando a mí mismo? El que se justifica revela que hay algo oculto que está mal; la naturaleza carnal ha tomado nuevamente el control. Pero el que se juzga a sí mismo demuestra que el Espíritu Santo de Dios vive con libertad en su corazón. Es en esa condición que «el mismo Señor de Paz (le dará) siempre paz en toda manera» (2 Tesalonisenses 3.16 rvr).

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