Un diálogo sincero con Dios
“Y les dijo: Cuando
oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en
tentación, más líbranos del mal” Lucas 11:2-4
“¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una
piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le
pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:11-13
Con todo lo que está pasando actualmente en el mundo, el
Señor nos llama a interceder como sacerdotes, pues es parte del llamado que nos
ha hecho, como dice Apocalipsis 5:10: “y nos has hecho para nuestro Dios reyes
y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. Los sacerdotes, somos todos
aquellos que nos paramos delante de Dios para interceder por otros.
Las palabras de Jesús, en la oración del Padre Nuestro que
dicen: “venga tu reino”, son más que una sugerencia a orar por un distante día
milenial, pues todo en esta oración tiene que ver con la vida cotidiana. El
modo verbal de “venga tu reino”, significa en esencia: “Padre, que tu reino
venga aquí y ahora”. Esta oración no se trata de una fórmula para ser repetida,
sino más bien un modelo a seguir. Por lo general, nuestras necesidades se
parecen a una lista de compras antes que un sincero diálogo con Dios, por eso
debemos aprender a orar, para tocar su corazón.
Nos enseña que la parte dedicada a la adoración no debe
limitarse a una frase, “Padre Nuestro, que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre”, porque debemos exaltar a Dios por lo que Él es y hace, con
expresiones de amor y reconocimiento. Las peticiones no se deben referir solo
al pan y todo lo material que necesitamos, sino también clamar por nuestra área
espiritual, implorando perdón por nuestros pecados y el señorío de Dios sobre
nuestras vidas. Orar para que el reino de Dios venga en la actual situación
mundial. Sabemos que todo se hará en el perfecto tiempo de Dios. Y orar para
que el mal no nos alcance y nos dañe.
La motivación para orar surge cuando reconocemos la
importancia que Jesús le atribuyó a la oración, como algo que nos ayuda a
desempeñar nuestra función de “administradores del reino”. Sin la intervención
del gobierno de Dios a través de la oración, las circunstancias de la tierra
estarían sin control. Las necesidades terrenales deben estar sujetas a la
voluntad de Dios tanto aquí, como en el cielo.
Ni la debilidad del gobierno humano, ni la depravación de las
obras del infierno prevalecerán. Con nuestra intercesión podemos hacer
retroceder a las tinieblas, porque sólo el poder de Dios puede cambiar las
cosas y traer su reino a la tierra, y la gloria de Dios sobre nuestra vida,
nuestra familia y nuestra iglesia. Sin embargo, a nosotros nos corresponde
orar. La oración tiene poder porque cuando lo hacemos estamos pidiendo la
intervención del cielo en todos los asuntos de la tierra, por eso todo el
ministerio del reino comienza, se sostiene y triunfará por medio de la oración.
Toda autoridad ha sido dada a su iglesia como dice Lucas
9:1-2 “Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre
todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino
de Dios, y a sanar a los enfermos”.
Él nos recuerda su naturaleza de Padre y hace un paralelo con
nosotros, diciendo que, si padres humanos imperfectos enfrentamos las
necesidades reales de nuestros hijos, cuánto más podemos esperar de Él, que nos
bendice con la mejor de las dádivas, el Espíritu Santo. Nuestras necesidades
fundamentales son de índole espiritual, y una buena relación con Dios, a través
del Espíritu Santo, es la base de que el Señor proveerá tanto en lo espiritual
como en lo material. Oración.
«Señor, enséñame a orar, por tu Palabra y por tu Espíritu.
Estimúlame y vivifícame para interceder, dirígeme sobre qué orar; enséñame qué
debo decir. Confío en tu poder y tu bondad y en que escuchas mi oración cuando
la hago con un corazón contrito y humillado. Lo que más anhelo es que venga tu
reino y señorío sobre mi vida para poder llevar el reino de Dios, primeramente,
a mi familia, a mi entorno y a ese mundo tan necesitado. Lléname de tu gracia y
verdad, en el glorioso nombre de Jesús de Nazaret, amén.
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