La más sublime adoración
“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de
mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la
casa se llenó del olor del perfume”. Juan 12:3
“Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso,
vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo
derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto, los
discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía
haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres. Y entendiéndolo
Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una
buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre
me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin
de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se
predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha
hecho, para memoria de ella”. Mateo 26:6-13
En estos versículos vemos a una mujer rendida a los pies de
Jesús ungiéndolo con perfume, lavando sus pies y secándolos con su cabello.
Esta es una expresión de la más sublime adoración. ¿Quién era esta mujer?
Era María de Betania la hermana de Lázaro. Solo María
comprendió el significado de su muerte, lo cual no fue el caso de los apóstoles
que se indignaron por lo que estaba haciendo. Aunque ella estaba al margen de
los acontecimientos de su muerte, captó su significado y se lo expresó a Jesús,
ungiéndolo. Había entendido los beneficios de la gracia de Dios, se sentía tan
perdonada y libre que estaba expresando su agradecimiento con amor,
arrepentimiento genuino, entrega sin reservas y adoración.
Esto debe llevarnos a entender la gracia de Dios. Tendemos a
pensar en la gracia conectada sólo con nuestra salvación. Pero la gracia es
mucho más de cómo venimos a Cristo, de cómo llegamos a Él. Nuestro entero
caminar como cristianos debe estar impulsado por la Gracia de Dios y por el
amor a Él, por lo que ha hecho en nosotros. Lucas 7:45-47 “No me diste beso;
más ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza
con aceite; más ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que
sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; más aquel a quien se le
perdona poco, poco ama”.
La adoración es un acto de rendición a Dios, donde todo lo
que hagamos exalte su nombre, así como María que al conocer la gracia de Dios
derramó su ser como un perfume a sus pies. Podríamos decir que la historia del
frasco de alabastro roto, ha llenado el mundo entero con su fragancia. La
Biblia no nos dice el motivo de sus lágrimas, pero es evidente que la fuente de
todo esto es el amor, su arrepentimiento que la llevó a esas lágrimas, a
agradecer por el perdón de Dios y lo que Él había hecho por ella. Deshace su
cabello y comienza a limpiar los pies de Jesús con él, esta es una marca
tremenda de inmodestia, pero esta mujer no está preocupada por las normas
sociales, no se preocupa por la opinión de los demás, nada en el mundo existe
más que ella y Jesús en ese momento.
Hay tanto qué aprender y considerar acerca de esta mujer y su
actitud. Es un acto de adoración, de amor, de aprecio, de humildad y de
sacrificio. Aquí besa los pies de Jesús. Un gran acto de humildad y adoración
ante la gracia de Dios.
En contraste, Simón cabila en su mente sobre Jesús, “Este, si
fuera profeta” se daría cuenta quién es esa mujer que le está tocando. Jesús ha
estado diciendo que Él es el Mesías, el que había de venir. Jesús ha demostrado
su poder al sanar y resucitar a personas, pero Simón solo le ve como una
persona común y corriente, critica los actos de Jesús y también los actos de
esta mujer. “Esta clase de mujer que toca a Jesús no debería estar ni cerca a
alguien como Él”. En otras palabras, los pecadores no merecen estar en la
presencia de Dios. Desconoce al Dios de gracia y misericordia, que lo había
sanado de la lepra.
No debemos resistirnos a la gracia de Dios sino recibirla con
humildad, amor y reverencia. No hay manera de acercarnos a Dios si no es por su
gracia, y no hay manera de seguir el camino de la fe sino es por la gracia. La
gracia es un regalo de Dios, solo por ella pudimos ser salvos y solo por ella
llegamos al cielo. La gracia de Dios es la que nos da nuevas fuerzas para
seguir adelante. La gracia es para gente débil, pecadora y humana como
nosotros, pero que creemos en un Dios vivo que nos va a llevar de su mano cada
día hasta el final de nuestra vida. Oración.
«Amado Padre, tu gracia derramada sobre mí por la obra
redentora de Jesús y el poder del Espíritu Santo, hace que me rinda a ti en
adoración, en amor y entrega total, quiero darme sin reservas. Gracias por
amarme y aceptarme como soy. Se que cuando me humillo y reconozco mi pecado
vuelvo a conectar con tu gracia, porque tú extiendes tu misericordia sobre mí y
me perdonas, me sanas y me restauras. Necesito de tu gracia para caminar en fe,
quiero abrirte mi corazón y derramar ante ti como ese perfume de alabastro, en
gratitud, en amor y adoración a ti. En el nombre de Jesús, amén.
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