La confirmación del Hijo de Dios
Declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos.
Romanos 1:4
Jesucristo tenía que ser más que hombre; tenía que ser
también Dios. Si Jesucristo fuera solo hombre, aun el mejor de los hombres, no
podía haber salvado a los creyentes de su pecado. Si fuera incluso el hombre
justo de la simiente de David, pero no Dios, no podía haber soportado el
castigo de Dios el Padre en la cruz y haber resucitado de los muertos. No podía
haber vencido a Satanás y al mundo, sino que habría sido vencido como son
vencidos todos los hombres.
Si hubo alguna duda de que Jesucristo era el Hijo de Dios, su
resurrección de los muertos debiera eliminarla. Tenía que ser hombre para
llegar a nosotros, pero tenía que ser Dios para resucitarnos. Cuando Dios
resucitó a Cristo de los muertos, confirmó que era verdad lo que Él dijo.
Tan claro como el horizonte separa la tierra del cielo, así
la resurrección separa a Jesucristo del resto de la humanidad. Jesucristo es
Dios encarnado. Un tesoro escondido
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.
Efesios 1:3
No hay manera de comprender las riquezas que Dios ha provisto
para quienes aman a su Hijo. Los tesoros que ha preparado son infinitos. Jesús
dij "El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un
campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y
vende todo lo que tiene, y compra aquel campo" (Mt. 13:44). El apóstol
Pablo cita al profeta Isaías cuando dice: "Cosas que ojo no vio, ni oído
oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los
que le aman" (1 Co. 2:9).
La buena noticia es que, si amamos al Hijo de Dios, heredamos
todas las riquezas del Padre. Si creemos en Cristo, tenemos un tesoro
inimaginable. Resucitado por medio del Espíritu
Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y
todas las cosas han entregado en su mano.
Juan 3:34-35
Jesucristo desempeñó una función que exigía sumisión
voluntaria, e hizo la voluntad del Padre mediante el poder del Espíritu. Ese es
un acto asombroso de amor y humildad de alguien que es plenamente Dios y que
siempre lo será por toda la eternidad.
Es importante reconocer la obra del Espíritu en el ministerio
y la resurrección de Jesús porque ella indica que toda la Trinidad participó en
la redención de la humanidad. La mayor confirmación de que Jesucristo es quien
dijo ser es que el Padre resucitó al Hijo mediante el poder del Espíritu Santo.
Una unión misteriosa
Tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.
Filipenses 2:7
La humanidad y la deidad de Cristo es una unión misteriosa
que nunca podemos entender plenamente. Pero la Biblia pone de relieve ambas.
Lucas 23:39-43 da un buen ejemplo. En la cruz, "uno de
los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo Si tú eres el
Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió,
diciendo ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a
la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas
en tu reino. Entonces Jesús le dijo De cierto te digo que hoy estarás conmigo
en el paraíso".
En su humanidad, Jesucristo fue una víctima, clavado sin
misericordia a una cruz después que lo escupieron, se burlaron de Él y lo
humillaron. Pero en su deidad le prometió al ladrón en la cruz vida eterna como
solo Dios puede prometer.
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